"Este avión no es mío"

Luis Carvajal Basto
26 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

El incendio en la Amazonía; la más reciente escalada en la guerra comercial y un Brexit insoluto, confirman que,  como nunca antes, el mundo y la política conforman un ecosistema interconectado en el que, cada vez, son más difusos los límites entre la política interna de los estados y sus  relaciones  internacionales. 

El concepto de ecosistema, (“sistemas abiertos que intercambian materia, energía y organismos entre ellos, diferenciándose arbitrariamente”) tomado prestado de las ciencias naturales y la teoría general de sistemas por las ciencias políticas  y otras ciencias, ayuda a entender  el desastre a punto de ocurrir en la economía mundial como consecuencia  de acciones y políticas que por irracionales y populistas no son menos reales, como lo serán sus efectos indeseados.

Los beneficios del libre comercio no tienen discusión, luego del crecimiento y mejoras en el bienestar mundial observado, con claras  excepciones, limitaciones y pendientes, desde la posguerra. Desde ese punto de vista, y no solo desde la prevención de una confrontación global, como lo comprendieron Nixon y Kissinger al promover la integración de la hasta entonces aislada  China al mercado mundial, el discurso proteccionista- populista se ha encontrado, por cuenta de los hechos y no de alguna teoría, en franca obsolescencia, salvo por sus efectos como anzuelo de política electoral en Estados Unidos y Reino Unido que lo ha resucitado,  trayéndonos hasta el  lugar en que nos encontramos.

El asunto se ha teorizado con la aparición del  neo nacionalismo, cuyos exponentes afirman que  "La política en Estados Unidos, Gran Bretaña y otras naciones occidentales ha dado un giro brusco hacia el nacionalismo, un compromiso con un mundo de naciones independientes". El marcado tono anglosajón, que privilegia la seguridad fronteriza sobre los Derechos Humanos, invita a pensar que si no se trata de una renovada versión de xenofobia  se parece mucho. Evoca  discursos de la primera mitad del siglo 20, antes de las dos guerras.

La disfuncionalidad de nuestro precario orden mundial, advertida en esta columna en 2016 (Ver aquí)  se ha podido confirmar desde  los vetos al acuerdo de París y el inicio de la guerra comercial, pero  mucho más esta semana cuando recordamos  que los incendios en Brasil afectan el clima en todas partes sin que los gobiernos puedan actuar como un todo “en todas partes”.

Hemos “descubierto” que se trata de un único ecosistema; que el medio a ambiente es un asunto global y requiere soluciones   globales aunque el presidente Bolsonaro, quien considera  la Amazonía un asunto de política interna,  hubiese afirmado, en su momento, que la “Amazonía es un latifundio para ser explotado”, aseveración que  se usa, con razón, por parte de  sus opositores. ¿El debate ambientalista se ha politizado? Pues claro. Es apenas natural; existen evidentes  intereses encontrados.

De acuerdo con Naciones Unidas el cambio climático es resultado de las acciones del hombre  cambiando el estado del clima y la atmosfera. El ex presidente Obama, aún en la presidencia, pudo demostrar, en un artículo publicado en la revista  Science fundamentado en  completa evidencia científica, que la mitigación de gases efecto invernadero promueve, en el largo plazo, eficiencia y crecimiento de la economía lo que no ha sido muy claro para políticos como  el presidente Trump, retirado del acuerdo de París, y Bolsonaro. El neo nacionalismo no logra responder apropiadamente a problemas globales, como el clima.

Pero la política, las instituciones y mecanismos  que utilizamos para resolver diferencias, hasta que fracasa y aparecen las guerras, decide sobre la economía; sobre el “deber ser” y los sistemas. Y la política real hoy dictamina que el nacionalismo está de vuelta, al menos como promesa electoral y cuando menos hasta que se resuelvan el Brexit y las  elecciones norteamericanas. Mientras tanto reinará la incertidumbre; tendremos permanentes sobresaltos  en los mercados que ralentizarán inversión y crecimiento. Reuniones como la del G7 el fin de semana ya ni siquiera sirven para la habitual e inútil declaración- saludo a la bandera: no existen hoy acuerdos sobre mínimos para afrontar retos globales.

La arbitrariedad es una característica de las relaciones entre variables y actores en los ecosistemas. No podemos interpretarla pero sí calificarla como irracional en el mundo político. La forma acentuada y arbitraría en que la politiquería está decidiendo  el comercio y   las Relaciones Internacionales, al privilegiar supuestos intereses nacionales, hacen recordar al pasajero a quien notifican sobre la avería en los motores del avión y responde: “No hay problema; el avión no es mío”.

@herejesyluis

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