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Estorbos que ayudan

Juan Villoro
01 de enero de 2009 - 10:28 p. m.

¿Qué podemos hacer con los prejuicios que perdemos? Convertirlos en molestias edificantes. Pensé en esto al leer una magnífica columna de Martín Caparrós en el periódico Crítica de Buenos Aires.

El autor de Valfierno hace un recuento de las cosas que han cambiado desde que nació, hace poco más de medio siglo. Como padezco su misma edad, me identifico con esas sutiles revoluciones. Sin embargo, hay una que no ha llegado a México. En la Argentina de los años cincuenta, los hombres no se saludaban de beso y el machismo se defendía con cuchillo de malevo de barrio. Hoy en día, el futbolista de Boca que es sacado de la cancha besa al que lo sustituye. Esta relajada forma del afecto se desconoce en mi país. En ciertas ciudades y en todas las rancherías se considera femenino que un hombre cruce la pierna al sentarse.

Hace poco estuve en Buenos Aires; luego de leer a Caparrós, no me pareció la capital del tango sino de los hombres que se besan sin que eso sea un tango. Curiosamente, esa ciudad desprejuiciada plantea un enigma sexual en las farmacias que amerita filosofía de budoir.

Fui a comprar un cortaúñas y me preguntaron si deseaba uno de hombre o de mujer. Hasta ese momento, la tarea de triscar uñas había sido para mí una agradable condición unisex. ¿Qué hacer? Aunque saludo de beso a mis amigos argentinos, me pareció un exceso transcultural pedir cortaúñas de mujer.

Así descubrí que los de “hombre” son rectos y muy incómodos. Lo que yo conocía como un instrumento único e inmodificable —con eficaz trazo curvo— es en Buenos Aires un adminículo de mujer.

¿Por qué ocurre esto? Recordé un aforismo de Lichtenberg donde dice que cortarse las uñas es una prueba de civilización: queremos mejorarnos. En otro texto comenta que la sensibilidad se mide por la capacidad de sentir molestias: un pianista no puede tocar con uñas largas. Arreglar nuestros imprescindibles dedos es una prueba de ilustración. Pero hay diversas formas de lograrlo.

El cortaúñas argentino transforma un prejuicio en un tema educativo, recordando que, aunque los sexos se nivelen, la multiculturalidad existe: ser distinto no es una condición natural; hay que esforzarse para ello. 

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