Exclusivo para mujeres

Yolanda Ruiz
06 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

HAY INSULTOS Y CIERTAS PREGUNTAS que están reservados para las mujeres, que no tienen su equivalente en masculino. Es por el machismo que camina por todas partes y salta cuando menos se lo espera. Esta semana se me asomó en Twitter, en el mensaje de una seguidora que me preguntaba por qué no me teñía las canas para verme mejor. Como si hacerlo fuera obligación.

No era la primera vez. En varias oportunidades en las redes sociales me han insistido en la necesidad de ocultar mis canas porque me veo “vieja y desarreglada”. No me preocupa verme con mi edad porque me alegra la certeza de haber vivido los 52 años que tengo y no creo que las canas sean desarreglo, sino las marcas dejadas por una vida que celebro cada segundo. Durante años, como muchas mujeres, usé tintes y un buen día no quise hacerlo más porque algo bueno que dan los años es aprender a dejar los amarres uno a uno para ser más libres sin pensar en lo que digan los demás. No sé si algún día decidiré tinturarme de nuevo o no, pero es mi problema y de nadie más.

Además de las canas, también me preguntan por qué no me hago un diseño de sonrisa y alguien me descalificó después de una opinión que publiqué, tildándome de “pajarraco feo”, y me sugirió ir a una peluquería antes de hablar. Me pregunto qué tiene que ver un peluquero con nuestra capacidad de analizar y opinar sobre la realidad, pero ese comentario resume un universo en donde a la mujer se la reduce a un objeto que vale si es bello y no sirve si se considera que no lo es. Dudo mucho que a los hombres los increpen con frecuencia cuestionando su apariencia porque ser bellas y perfectas sigue siendo una exigencia que la sociedad nos hace primordialmente a las mujeres.

No importa el trabajo que se haga, ser mujer es estar siempre en una vitrina en donde nos analizan, nos miden, nos juzgan por la manera como nos vemos: los kilos de más, las curvas de menos, el maquillaje que falta y el que sobra, el tamaño de los senos, el de las nalgas, la estatura, el color de los ojos, la ropa que ajusta o que no ajusta... Nos juzgan y nos juzgamos porque ante el espejo nos castigamos todos los días. No es casual que cientos de mujeres mueran en un quirófano buscando la figura ideal y muchas más tengan desórdenes de todo tipo derivados de esa exigencia de perfección que no existe en ninguna parte. Nos hemos inventado un estereotipo imposible de alcanzar, pero que sirve para que muchos hagan negocio con la ilusión de todas de ser la mujer diez.

Más allá de esos constantes comentarios sobre la apariencia que sirven para menospreciar o agredir, me ha sorprendido también en el mundo interconectado la cantidad de insultos exclusivos para las mujeres: perra, zorra, puta, bruja, menopáusica, histérica, son palabras que vienen en altas dosis cuando los que debaten no tienen nada que decir y solo atinan a insultar desde su alcantarilla. ¿Será que esos términos se usan contra los hombres? No lo creo y es bueno anotar que cuando usamos el peor de los insultos les decimos a los hombres “hijos de puta”, con lo cual no los agredimos directamente, sino a sus madres, ¡a las mujeres otra vez!

Cuánto hemos avanzado desde los tiempos en que las mujeres no podíamos estudiar, trabajar, votar, decidir nuestras vidas. Pero cuánto camino hace falta para que esa equidad sea realidad para todas y para que erradiquemos una cultura que nos agrede y menosprecia a cada minuto por ser mujeres. Reivindico las canas y la menopausia, la flacidez, el cuerpo real de mujeres reales y también los aquelarres de mujeres mágicas. Me niego a ser juzgada por mi imagen y reclamo mi derecho a lucir como me provoque. Es parte de decir no más a ese machismo que aparece en cada esquina.  

 

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