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Flexibilización laboral a juicio

Gonzalo Hernández
08 de septiembre de 2020 - 05:01 a. m.

Gran revuelo generó el decreto que, según el Gobierno, ofrece un piso de protección social para millones de colombianos que no alcanzan a devengar un salario mínimo mensual por estar vinculados a actividades de tiempo parcial. Los críticos lo calificaron como una reforma laboral, hecha por decreto, que abre la puerta a la contratación por horas.

Sobre el alcance del decreto, algunos abogados han manifestado que es poco lo nuevo sobre flexibilización laboral. Dicen, eso sí, que una mejor redacción del documento habría evitado tanto alboroto.

Aunque el efecto económico final de la iniciativa es difícil de anticipar, es importante mencionar que el decreto ni desmonta el salario mínimo ni las condiciones actuales para pensionarse. Esto debe saberlo la ciudadanía, afectada por la confusión propia de la polémica –polémica atizada, entre otros, por la grandilocuencia del senador Gustavo Petro: “el peor golpe a la estabilidad laboral en la historia lo ha dado Duque con la reforma laboral por decreto: contratación por hora, por debajo del salario mínimo y sin derecho a la pensión. Ha llegado la esclavitud moderna a la sociedad colombiana”–.

Más allá del decreto y la pesca política en río revuelto, lo cierto es la necesidad de reflexionar sobre el rol de la flexibilización en los mercados laborales, en especial en tiempos de crisis como el actual.

Y sobre eso creo que están tan equivocados quienes buscan tapar el sol con un dedo al decir que la flexibilización laboral es la solución al problema estructural del desempleo y de la informalidad, como quienes pretenden cerrar la discusión de la conveniencia de algún grado de flexibilización.

Sobre lo primero, el desempleo, la informalidad y la inestabilidad laboral no se eliminan con leyes y decretos, sino con buena economía. Cuando esta se pone en marcha, con un modelo eficiente de desarrollo productivo, con enfoque regional, con formación para el trabajo y gasto social –entre otros elementos–, la flexibilización se convierte en un instrumento apenas complementario y no nuclear de los mercados laborales. Esto es lo deseable.

Y sobre lo segundo, la flexibilización, que no es nueva, ni ha ayudado a solucionar el desempleo, podría darle algo de oxígeno a empleadores y empleados para enfrentar temporalmente la crisis actual marcada por la destrucción de más de cuatro millones de empleos y por una tasa de desempleo de 20 %.

Giremos el tablero e imaginemos un apoyo incondicional a quienes satanizan la flexibilización laboral. Nos dejarían, quizás, como avance político y social, una norma jurídica que impide las actividades laborales de tiempo parcial y la contratación por prestación de servicios, por considerarlas menospreciables. Y obviamente las empresas no van a ampliar el tamaño de sus plantas de personal con más contratos estables de tiempo completo por cuenta de la norma, en particular en el contexto actual. La verdad es que millones de colombianos terminarían peor de lo que están ahora.

En casos como estos, vale la pena recordar lo que dicen por ahí: que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Y si está empedrado de intenciones politiqueras, más caótico el infierno es.

Coletilla. Las soluciones reales a la crisis del desempleo deben ser construidas con una concertación de Gobierno, sindicatos, empresas, empleados y desempleados. Y deben ganar legitimidad en el foro democrático del Congreso de la República. Romper los puentes de diálogo y polarizar puede lograr votos, pero no genera puestos de trabajo. Menos en tiempos difíciles como los actuales.

Ph.D. en Economía, University of Massachusetts-Amherst. Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).

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