Fórmulas, cortesía, modas

Lorenzo Madrigal
18 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

“Señor presidente" o simplemente “presidente”, es fórmula de saludo de un ciudadano a quien tiene el más alto rango democrático. Puede suceder que el propio mandatario salude a quien ya ha ejercido la magistratura como “presidente”. ¿Son, acaso, dos presidentes ? No, es un trato acostumbrado por cortesía. Lo mismo pasa en los conventos de religiosas. A quien ha sido madre superiora se la sigue llamando “madre”, no importa que haya vuelto a ser una monja igual a las otras.

Recuerdo (presidencialista acérrimo) cuando saludé, por primera y única vez, a Alberto Lleras Camargo: ciudadano sencillo y por su porte democrático inmensamente respetable. Acudía como yo a la residencia de don Gabriel Cano, quien había fallecido. Era el año 81. En seguida de don Alberto Garrido, apreté su mano, nunca con fuerza y con brío, como ordena una estúpida canción, y mascullé: “presidente”, al igual que Garrido.

Una cosa es la expresión cotidiana con que nos referimos a los personajes públicos y cosa distinta es el trato formal, cuando se dan encuentros en la vida social. Nos atenemos a Bogotá, que es una ciudad que da ejemplo de cortesía y formalidad.

Puede estar relacionado con el tema de la cortesía lo que ocurrió durante la reciente visita del presidente Duque a la Casa Blanca. Se le preguntó a Trump, en rueda de prensa, sobre los papeles de Bolton y el envío de los 5.000 soldados a Colombia. Trump eludió la respuesta y, algo increíble, se llegó a decir que el silencio del presidente colombiano, quien estaba a su lado, significó que aceptaba la opción militar, como si hubiera debido caer en la descortesía de atravesarle su opinión a una pregunta que no se le estaba formulando a él.

Pretenden algunos sectores políticos que Colombia no consolide su tradicional amistad con Norteamérica, en un momento de tremendos desafíos con la dictadura vecina. Recelan que un presidente colombiano tenga acogida en la Casa Blanca, donde, por supuesto, cumple con la cortesía, y se desempeña en la diplomacia.

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Otro asunto ocurrió en Washington, de carácter menor, aunque no tanto, y fue un gran chasco a propósito de la moda: tuvo que ver con el vestido de la primera dama, tema que no resultó indiferente para nadie. En el nuevo gobierno se observa una carencia de buenos asesores políticos y de imagen. Ha habido desaciertos en temas menos livianos como los inapropiados tributos indirectos que se le siguen cargando a la clase media, a los trabajadores independientes, a sectores que votaron esperanzados por un nuevo gobierno.

Con todo respeto, bien podría uno preguntarse quién le cose a la primera dama, si acaso se trató de una costura y si la chaqueta en que la enfundaron no fue moldeada en alguna máquina inyectora de material poco flexible.

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