Fracaso y triunfo de mayo del 68

Carlos Granés
11 de mayo de 2018 - 05:30 a. m.

Aunque las revueltas estudiantiles de aquel famoso mayo fueron el suceso más sexy y mitificado de aquel año, basta abrir un poco la lente para comprobar que 1968 llegó acompañado de turbulencias en países tan distintos como Checoslovaquia o Brasil. Pasó de todo en aquel año: los estadounidenses se hastiaron de Vietnam, los checos del control soviético, los mexicanos del PRI, los brasileños de la dictadura militar, los españoles de Franco, los japoneses de la influencia yanqui y los franceses, alemanes e italianos del capitalismo y de la democracia burguesa. En todos lados hubo revueltas y protestas y esperanzas de grandes transformaciones políticas. Si en Francia los estudiantes quisieron acabar con el sistema que los convertía en engranajes del capitalismo, en Checoslovaquia pidieron el fin de la tiranía soviética. Deseos distintos que acabaron de igual forma: desvaneciéndose al primer contacto con la realidad.

Nada cambió en este sentido. Los sistemas políticos y económicos de todos estos países salieron del 68 exactamente igual a como habían entrado. Aquellos lugares en donde había autoritarismo, como Brasil, España y México, siguieron bajo regímenes autocráticos. Europa occidental conservó la democracia y el capitalismo, y al otro lado de la Cortina de Hierro los soviéticos redoblaron la represión. Todo igual. Y sin embargo es una necedad decir que nada cambió, porque si bien la política y la economía siguieron intactas, la cultura se transformó de arriba abajo.

1968, especialmente el mayo francés, puso de manifiesto que la famosa trasmutación de valores promulgada por Nietzsche por fin se había dado. Saliendo a las calles, los jóvenes dejaban en claro que no querían vivir como habían vivido sus padres. Que tenían expectativas vitales distintas. Que no querían ser trabajadores, ni burgueses, ni fieles seguidores de un partido o de una iglesia. Querían apropiarse de su existencia, y sí, cómo no, tener mucho sexo y vivir aventuras y ampliar la esfera de libertad individual. Puede que la vida pública siguiera igual, pero la vida privada empezaba a sufrir cambios radicales.

En ese sentido, mayo del 68 era un triunfo monumental. Mejor aún, una celebración de un triunfo, un gran performance que ponía de manifiesto que algo había pasado en las décadas previas, y que ciertas ideas, actitudes y valores promulgados desde la marginalidad de la vanguardia artística y de los grupúsculos de izquierda heterodoxa habían resultado contagiosos. Como los dadaístas, surrealistas o situacionistas, ahora los jóvenes consideraban que era más importante tener una vida apasionada que una vida sujeta a las demandas morales y productivas de la generación previa.

Eso era lo que ponía de manifiesto el mayo parisino. Se abría una nueva época regida por valores distintos. Desde la derecha esto causó alarma. Liberados del rigor puritano, el capitalismo se iría al carajo, pensaron. Pero la sorpresa se la llevó la izquierda. Los nuevos valores ligados a la sexualidad, al hedonismo y a la rebeldía inauguraban una nueva época de consumo. El capitalismo se hacía rebelde y el mercado absorbía la transgresión y todo el arte de vanguardia. Esto planteaba una nueva paradoja. ¿Cómo hacer arte contestatario para un público fascinado con la rebeldía?

Y desde el 68, sin éxito, tratamos de resolverla.

 

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