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Fumar, liturgia pagana

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Julio César Londoño
22 de noviembre de 2008 - 01:25 a. m.
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EL CONGRESO APROBÓ EL MIÉRCOles una ley contra el cigarrillo en bares y templos, en espacios abiertos y cerrados, en lugares públicos y privados (!), en ascensores, descensores, iPods, etc. Fue un error estratégico del Gobierno declararle la guerra en la misma semana a dos enemigos tan poderosos como DMG, la única pirámide que servía, la oficina de Responsabilidad Social del Narcotráfico, y al cigarrillo, que renace siempre entre las cenizas.

Cuando uno lee que el padre de esta ley es un senador de apellido Name, ¡extraña los tiempos cuando este clan sólo hacía daños en la Costa! Como la medida cobija incluso las alcobas, hay que preguntarse qué harán ahora los amantes después del orgasmo, desnudos, exangües sin deseo, sin humo. Homo animale triste post coitum est. Si así era desde Calígula hasta el miércoles, ¡cómo será ahora!

Los médicos alegan que el tabaquismo es un factor presente en dos de cada diez casos de cáncer pulmonar. De aquí se deduce que los ocho enfermos restantes son gente virtuosa, y que esta cohorte tiene, por lo tanto, cuatro veces más probabilidades de contraer la fatal enfermedad.

Arguyen los legisladores que el humo del fumador perjudica también a las personas del entorno. Aceptémoslo. Entonces deberían prohibir también peer en público porque las flatulencias huelen peor y no son exactamente energía: son materia contante y sonante, partículas en suspensión, heces aladas revoloteando por el ámbito, como diría un poeta.

Y deberían prohibir también el alcohol, la gasolina, las carnes rojas, las harinas, la minifalda, la presión alta, la depresión, la recesión, los productos naturales y los sintéticos, la televisión y las armas de destrucción masiva. También los árboles, que expelen de noche gas carbónico, y las vacas, cuyo metano contamina 40 veces más que el CO2.

Demostrar que los fumadores tenemos más posibilidades de sobrevivir que los “caballos” es fácil: cuando los niveles de esmog sean muy críticos, cuando el aire pese más de 1,5 atmósferas al nivel del mar y la contaminación alcance la cifra de tres méxicos-de-efe (más o menos la media de una casa de sopladores aplicados) los que primero sucumbirán serán los “caballos” porque nosotros estaremos vacunados por alguno de los 37 tóxicos que enriquecen el cigarrillo, como cualquier homeópata entiende.

Lo peor está por venir. Una vez que empiezan, los censores no paran. Dentro de poco querrán eliminar el cigarrillo del cine y de las novelas, y hasta retocarán los clásicos para borrar cualquier vestigio de humo. No se extrañe si en las próximas copias de Casablanca Humphrey Bogart le dice a Ingrid Bergman, tragándose su dolor, “Aquí están tu pasaporte y el de tu marido, nena”, mientras lame un bom-bom-bum.

En estos tiempos de confusión semiótica se necesitan símbolos claros, y el cigarrillo es un símbolo muy nítido del vicio puro porque el fumador fuma por fumar, no para embriagarse como usted, ni para trabarse como el marihuanero, ni para asustarse como el basuquero, ni para doparse como Charly García. No señor. Fumar no produce nada, es un acto puro, desinteresado, que se sostiene sobre sí mismo, como un obelisco, como la fe. Fumar es un acto solipsista (pariente cercano del onanismo), noble y elevado: el fumador se sublima en el aire, como el agua en el agua. Fumar es una liturgia pagana. Polvo eres…

En cualquier caso, yo no dejaré a mi viejo amigo. El cigarrillo sirve para conversar, para matizar el sabor del vino, para caldear la soledad… o para matar el tiempo antes de que esa entelequia lo mate a uno. (Si te pegan en la mejilla, pega primero, aconseja Jota Mario). Si todos mis cálculos fallaran, me atendré a un viejo proverbio árabe: el cigarrillo no acorta la vida sino la vejez.

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