Fútbol y política

Ricardo Bada
15 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

Ahora que ni los USA, ¡ni Chile!, ¡¡ni Holanda!!, ¡¡¡ni Italia!!! están presentes en el Mundial de Rusia, recojo una idea que me sugirió uno de mis más fieles lectores, el ingeniero civil Samuel Whelpley, en Barranquilla, quien me escribió hace más de un año: “Usted, que tanto ama el fútbol, ¿no podría escribir una columna sobre jugadores que vieron su carrera frustrada, incluso con la muerte, durante los años 30? Creo que es una buena idea”. Y tanto que lo es.

Me concentraré en el caso de Matthias Sindelar, el “Mozart del fútbol”, el centroforward más famoso del mundo en los años 30, la figura indiscutible del equipo nacional austríaco al que se respetaba y admiraba universalmente como el Wunderteam, el equipo maravilloso. Dentro del cual a Sindelar también se le llamaba “el hombre de papel”, por lo poquito que abultaba en el terreno de juego... pero ¡ay amigo! sus regates, sus gambetas y sus fulminantes disparos al arco contrario eran música (¡Mozart!) para los ojos de los amantes del deporte rey.

En 1938, la Alemania nazi se anexionó Austria, el país donde había nacido Hitler, y una de las metas del fementido Anschluss fue la formación de un equipo nacional de fútbol que integrase en su once a los genios del Wunderteam. De ese modo, Alemania sería poco menos que invencible. Pero Sindelar se negó a participar en ese once. Es más; en el último partido que jugó el Wunderteam, el 3.4.1938, contra Alemania, y a pesar de que las instrucciones eran claras (Austria debía perder), Austria ganó 2-0, y los autores de los goles, Sindelar y Sesta, acudieron a festejarlos ante los jerarcas nazis del palco de honor.

Ese fue su último partido. Pocos meses después apareció muerto, junto con su compañera italiana, dizque víctimas de una intoxicación con monóxido de carbono de la chimenea de su apartamento.

Es bueno recordar este caso de Sindelar en el campeonato del mundo ruso, como también que Johann Cruijff, la gloria del fútbol holandés (y mundial), se negó a participar en “la naranja mecánica” que acudió al Mundial argentino de 1978, como protesta contra el genocidio que llevaban a cabo asesinos de la ralea de Videla & Co.

Me basta recordar estos dos ejemplos para contrastarlos con el de un impresentable argentino retratándose feliz y sonriente con metástasis del socialismo como Fidel Castro y un tal Maduro. Para saber que el deporte no termina en la cancha. Sindelar y Cruijff lo demostraron en su momento. Y ojalá Rusia no pase a octavos de final: el país de Chéjov y Dostoiewski, de Shostakovich y Tolstoy, de Bulgakov y Pasternak, ¡y de Yashin, la araña negra!, no se merece que la mediocridad de un Putin se encumbre con triunfos deportivos.

 

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