Gallitos incontinentes

Catalina Uribe Rincón
07 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

La semana pasada los medios reportaron tres casos de agresiones espontáneas entre civiles. En Bogotá, tras un leve choque, un conductor del SITP se enfrentó a un grupo de pasajeros de un carro particular. En plena calle se agredieron unos a otros con correas y palos. La vergonzosa escena dejó al conductor con una incapacidad de tres días y a decenas de transeúntes indignados. También en la capital, la actriz Martha Isabel Bolaños denunció los ataques que recibió por parte de un desconocido quien la insultó con una sucesión de comentarios sexuales tan ordinarios como simplones. Y, para completar, en Sogamoso, la Procuraduría abrió una investigación contra el concejal Wilkins Chaparro quien presuntamente violentó a un homólogo en plena sesión.

Estas agresiones son nuestro pan de cada día. Según Semana, solo el año pasado hubo en el país 76.910 casos de riñas, y en los últimos tres años murieron alrededor de 2.400 personas por altercados como los anteriores. Pero esto no es lo más grave. Lo terrible es encontrar ciudadanos que no sólo justifican, sino que admiran este tipo de procederes violentos. Recordemos a los bumangueses que han catalogado de “determinadas y fuertes” las salidas de casillas de su alcalde Rodolfo Hernández, incluida la famosa cachetada a un concejal.

Hay, por fortuna, quienes condenan los altercados. Pero no deja de haber algo extraño en el común argumento de cercanía para increpar a los violentos: “podría ser un familiar a quien están atacando”. Esta forma de razonar es muy común en crímenes de violencia de género. En el caso de la actriz Bolaños, hubo miles que comentaban con respecto al agresor: “¿acaso no tiene mamá, hermanas, hijas, esposa?”. Ocurre lo mismo cuando hay un crimen contra alguien de la población LGTBI y salen varios a decirle al homofóbico: “tu nieto podría ser gay”.

Pero la violencia, entre más cerca, más visceral. Pensemos en los mitos fundacionales, las tragedias griegas, las fábulas y hasta la Biblia. En estos textos encontramos matricidios, feminicidios, parricidios, padres “sacrificando” hijos, y hermanos con la patología de Caín y Abel. Está comprobado que la mayoría de los maltratos y abusos sexuales ocurre en el supuesto candor del hogar. Así que olvidemos el falso argumento de la cercanía y concentrémonos en educar las pasiones para no andar como unas bestias incontinentes arrojando nuestro odio sobre los otros.

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