Es oficial: el Partido Republicano acaba de cavar su propia sepultura. Al exonerar a Trump de incitar a la violencia en el asalto al Capitolio el 6 de enero, han legitimado a la franja lunática y antidemocrática del partido, y han renunciado a sus últimos vestigios de cordura y decencia. Del partido de Ike Eisenhower y John McCain, para no hablar de Abraham Lincoln, no queda nada.
Cuando un bando político acepta lo inaceptable, cruza una línea roja sin retorno. Lo peor es la hipocresía, porque la actitud de estos senadores contrasta con su indignación durante el juicio a Clinton. En esa ocasión aullaron en santa cólera. Pero cuando...

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