#GraciasPresidente

Gloria Arias Nieto
24 de julio de 2018 - 09:15 a. m.

Presidente:

Del ministro de Defensa que conocí durante el segundo mandato de Uribe, al presidente Santos que instaló este viernes el nuevo Congreso, ha pasado más agua y menos sangre por el río. Su relación con la guerra y la paz tuvo el más valiente de los giros, y el candidato que combatí hace nueve años, se convirtió en el presidente que extrañaré a partir del próximo 7 de agosto.

Lo refuté de frente, y aprendí que usted —rota la funesta amalgama con Uribe— es un ser humano distinto; un estadista, y no la sombra del peligroso y obseso caudillo. Usted ha sido un buen gobernante y renunció al aplauso de las mayorías, con tal de sacar adelante la paz, en un país enfermo de violencia.

Cada tumba menos, cada cilindro que no estalló y cada bala quieta en una estantería es un logro suyo y de quienes le entregaron ocho años de su vida a terminar el conflicto. La paz de Colombia ya no es una utopía, y sin esperar que la historia lo reconozca, ya deberíamos estar agradecidos con usted. Muchos lo estamos.

Me angustia el retorno del pasado; los asfixiantes sofismas de la venganza, los falsos mesías y las hogueras de libros; que los recalcitrantes detractores de los acuerdos incumplan lo que usted dejó pactado, y perdamos el despertar a la democracia plural.

El desarme de las Farc es un triunfo suyo y del equipo negociador. Un triunfo difícil de asimilar para quienes parecieran preferir a los insurgentes lejos del escenario político, desdibujándose la vida en medio de enfrentamientos anónimos. Como si la muerte fuera la solución. Como si no fuera justo ni posible dar y tener segundas oportunidades.

Imagino que a usted le dolió ese medio país que se asustó con la paz. El que se acostumbró a financiar odios y batallas, pero no ha aprendido a poner otro puesto en la mesa... cuando, en fin, todos alguna vez hemos sido hijos pródigos que alguien acogió.

Es cierto que no tenemos una paz completa ni estable, pero usted y los artífices de cuanto se logró en La Habana demostraron que no estamos condenados a otros 50 años de violencia fratricida. Y digo fratricida —así se enfurezcan algunos— porque a uno y otro lado del combate nacimos del mismo país: montañoso, artista y resiliente; con ríos, mares y trovadores, pero inequitativo, lleno de cráteres y abandonos, de abismos afectivos, sociopolíticos y económicos. El cuento de buenos y malos es demasiado simple para un país tan complejo.

También es cierto que hubo, durante su gobierno, temas con distinto grado de error, horror y gravedad: la matanza de los líderes sociales, sobornos en spray, desmanejo agrario, ausencia del Estado en territorios ex-Farc, y sus viajes y silencios mientras la JEP agonizaba en manos de un Congreso mayoritariamente mañoso.

Yo a usted no lo voy a extrañar por perfecto. Lo voy a extrañar porque evitó más de 3.000 muertes; por primera vez Colombia se miró de frente a sí misma y al mundo, y les mostró a ocho millones de víctimas, que 50 años de guerra habían terminado.

Le prometo que haré cuanto pueda para proteger su legado de paz. Los pactos por la vida pueden sufrir sabotajes, causan el rechazo de quienes ven la reconciliación como una amenaza, pero, finalmente, no tienen reverso.

#GraciasPresidente. Ni los más injustos y frenéticos embates lo hicieron abandonar la bandera de la paz.

ariasgloria@hotmail.com

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Virginia(49035)21 de octubre de 2023 - 03:03 p. m.
Todo lo que escribió en esta columna sigue siendo cierto, aunque los agravios de entonces y las traiciones al acuerdo persistan.
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