Guaviare, joya del país para preservar

José Manuel Restrepo
08 de abril de 2018 - 03:00 a. m.

Tuve la fortuna de visitar varias poblaciones del Guaviare, para descubrir una verdadera joya del país. Fue fascinante recorrer sus paisajes, conocer su gente, encontrarme con la selva, visitar sus emblemáticos lugares turísticos y descubrir el potencial de este departamento de nuestra geografía que siento está aún por explorar.

En la experiencia vivida, confieso que se viven dos sentimientos en contrario. Recorrer el Guaviare significa descubrir la palabra agridulce. De un lado, el sabor dulce de una buena infraestructura para llegar a su capital, de la hospitalidad de su gente, de encontrarse con una fauna y una flora que difícilmente se encuentran en la mayoría del territorio colombiano, de conocer esfuerzos de emprendimiento y de construcción cooperativa (como es el caso de los ganaderos de la región o algunos cultivadores que cooperativamente producen ají y muchos otros productos del agro), de aprender de restos arqueológicos en distintos lugares incluyendo la Serranía de la Lindosa, que reflejan historia de comunidades indígenas y patrimonio cultural, y de valorar su prolífica riqueza hídrica. Pero quizás una de las experiencias más importantes es descubrir que luego de la firma del proceso de paz con las Farc, todos tenemos la gran oportunidad de visitar con tranquilidad este departamento de Colombia. En el Guaviare se descubre entonces el valor de la firma de un Acuerdo de Paz para Colombia.

Dicho lo anterior, no dejan de sentirse sentimientos agrios. Preocupa, por ejemplo, el descuido con varios de estos restos arqueológicos y ecológicos que bien podrían ser abusados por el turista, como se comprueba en algunos de ellos. Inquieta, como sucede en departamentos vecinos, el atraso en el desarrollo de infraestructura que impide el acceso pleno a otras joyas ambientales, de turismo ecológico y de patrimonio histórico. Asusta también que la zona sigue siendo escenario de la disidencia de las Farc que empieza de nuevo a acudir a las detestables “vacunas” extorsivas para empresarios y campesinos. Preocupa, finalmente, la decisión del Gobierno central de frenar la aspersión aérea para enfrentar los cultivos ilícitos, en especial por el impacto en vidas humanas que ello está teniendo entre campesinos y policías que están físicamente arriesgando su vida por dedicarse a la débil estrategia de erradicación manual. Para no ir muy lejos, en la semana de la visita conocí varios casos de heridos, mutilados y muertos por esta decisión política francamente equivocada.

Sin embargo, mis dos grandes preocupaciones, las mismas de muchos de quienes visitan el departamento, son de un lado la urgencia de conservar los réditos positivos de las previas zonas veredales de las Farc, y de otro lado el muy serio problema de deforestación, que pone en riesgo el desarrollo turístico y las propias fortalezas de la región. Es triste constatar el pésimo manejo gerencial de la implantación de las zonas veredales, que tiene a sus habitantes reclamando evidentes incumplimientos, pero más preocupante aún, la débil sostenibilidad económica de largo plazo de los cientos de personas que habitan las hoy zonas veredales. Pudiendo haber sido este un ejemplo para el mundo de modelos cooperativos productivos y sostenibles o modelos de hábitat ideal para sus pobladores, la realidad dista de lo deseado y pone en riesgo la estabilidad e importancia de los acuerdos de paz logrados.

Pero quizás el problema más importante de la zona es la deforestación. Se trata de la destrucción activa y criminal de por lo menos 20.000 hectáreas a través de quemas de selva, que acaban con la fauna y la flora y se convierten en oportunidades para multiplicar una riqueza mal habida de tierras, para dedicarlas a negocios “más rentables” que preservar el bosque y su riqueza ambiental. Esto se hace posiblemente no con la complacencia, pero sí con la indiferencia de la mayoría de las autoridades que debiesen ejercer el control y preservación del medio ambiente en la zona.

De seguir en esta senda, ponemos en riesgo no sólo el futuro del departamento, sino del país y de la humanidad. Que sea esta una voz en defensa de esta joya de Colombia y una invitación a que seamos conscientes de problemas que pueden sacrificar su futuro.

 

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