Hablemos de la economía naranja

Cuentan los que lo conocen que tan pronto llegó a su oficina en el Banco Interamericano de Desarrollo, Iván Duque se decidió por un cuadro de Julio César Turbay. En las paredes que otros decoran con fotos de la ciudad de Washington, el candidato del uribismo, que dice ser de centro, colgó a uno de los expresidentes más autoritarios.

Buena parte de la radicalización de la izquierda armada se la debemos justamente a Turbay y la vía libre que les dio a los militares para que implementaran políticas contrainsurgentes inspiradas en las dictaduras del Cono Sur. En honor a la coherencia, el candidato a la Presidencia designado por Uribe también habría podido hacerse a un buen cuadro del general Augusto Pinochet.

Ideado originalmente para ponerle un freno a la subversión, en la práctica el Estatuto de Seguridad promulgado por Turbay llevó a todo tipo de ataques a la población civil y facilitó que los militares se aplicaran en la tarea diaria de la tortura de los jóvenes díscolos y sospechosos. Ahí cayeron artistas como Feliza Bursztyn, que fue torturada e interrogada antes de emprender el exilio, y fácilmente ha podido quedar Gabriel García Márquez, que también tuvo que salir despavorido para México.

Se sabe que Turbay fue el encargado de designar a Iván Duque Escobar, padre del candidato, como gobernador de Antioquia. Ese ya es un vínculo lo suficientemente grande como para querer homenajear con un cuadro a Turbay en las altas cumbres de los organismos multilaterales. Sin embargo, no deja de ser paradójico que Duque se haya desempeñado como jefe de la división de asuntos culturales del BID. Mientras promovía la creatividad y sacaba pecho por su economía naranja, Turbay miraba de reojo.

“La escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10:15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París”: así lo informó García Márquez en 1982.