Hacer negocios

Nicolás Uribe Rueda
04 de noviembre de 2018 - 06:00 a. m.

Una nueva edición se ha publicado del famoso Doing Business del Banco Mundial. Con este, Colombia ajusta ya tres años de deterioro consecutivo en su posición global y se ubica en el puesto 65 entre 190 economías que se evalúan en el estudio. Nos encontramos en la mitad de la tabla, por debajo de Chile (56) y México (54) y apenas por encima de Costa Rica (67) y Perú (68). Venezuela (188) y Bolivia (156) son ejemplo elocuente de los efectos perversos de una ideología que tiene como principio de la acción política el maltrato a la empresa. Nuestro país, para hablar con franqueza, es un destino poco atractivo para la inversión, pues por encima nuestro se encuentran alternativas más seguras, más confiables y con mejores instituciones.

A Colombia le va bien en materia de obtención de créditos (3) y protección de inversionistas minoritarios (15), pero terriblemente mal en materia de cumplimiento de contratos (177) y pago de impuestos (146). Frente al informe del 2017, empeoramos en seis de los diez indicadores y bajamos seis lugares.

Todos los elementos analizados en este informe, así como aquellos que presentó también esta semana el Consejo Privado de Competitividad, son, por decirlo de alguna forma, “variables duras” que hacen referencia a condiciones objetivas necesarias para hacer negocios. Sin embargo, mi percepción es que cada vez se empieza a volver más relevante en el ecosistema para los negocios un elemento subjetivo, que determina muchas de las variables anteriores y facilita o impide que se avance en la construcción de mejores condiciones. Se trata de la percepción que la ciudadanía tiene sobre las empresas, el sector privado y la iniciativa privada.

En Colombia, insisto aquí, como lo he hecho en ocasiones anteriores, ha hecho carrera la idea tonta y obtusa de que las empresas son un depredador económico cuyo éxito depende principalmente de la ruina de todos los demás. La animadversión general termina impulsando decisiones judiciales tan populistas como abusivas, regulaciones insoportables, y toda clase de extorsiones oficiales y comunitarias a las empresas cuando llegan a invertir a los municipios. La mala reputación del sector privado empresarial se manifiesta en el interés progresivo de castigar tributariamente el emprendimiento, y en la equiparación del término “empresa” y “rico”, lo cual es por supuesto una insuperable tontería. Este desprestigio del modelo económico sin duda tiene consecuencias también en la progresiva y casi imperceptible relativización del derecho a la propiedad privada y en el aumento significativo de la intervención del Estado en diversas dimensiones de la iniciativa empresarial.

Ninguna economía crece sin un sector privado saludable. Y ningún sector privado está bien de salud cuando los ciudadanos desconfían de él, piensan mal de él y renuncian a comprender que en él están las oportunidades de progreso y no las causas de su infortunio. Por ello, sugiero también para el futuro, incorporar en los estudios de clima de negocios esta variable subjetiva para la facilitación de negocios. Y propongo trabajar por ella, incluyendo, por supuesto acciones decididas del empresariado en defensa de la iniciativa privada y sus virtudes para crear oportunidades, financiar proyectos sociales y generar la formalidad que necesita Colombia para construir un país con equidad.

@NicolasUribe

 

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