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La revista Semana tituló “Contra todos los pronósticos” el artículo sobre la elección de Dolly Montoya como rectora de la Universidad Nacional. Y con razón: no sólo porque fue la que obtuvo menos votos de estudiantes entre los cinco candidatos, sino porque la mezcla de mujer y científica no la hacía la más opcionada en un país machista, a cuyos gobiernos la ciencia nunca les ha importado un pito, como lo demuestra la incierta situación que desde hace años vive Colciencias. Por supuesto ya se está diciendo que en su elección pesó mucho la presión de la ministra de Educación, Yaneth Giha, porque hay que demeritar un poquito a una mujer que no es política, ni tampoco una figura pública, sino eminentemente académica, algo tampoco muy valorado por el común de la gente.
Aclaro que no conozco a Dolly Montoya, pero celebro que el Consejo Superior haya tenido la visión de nombrarla, en un acto simbólico muy pertinente en un momento en que las reivindicaciones femeninas han vuelto a ocupar un primer lugar en la discusión pública. Lo que es increíble es que en 150 años, y 63 después de haberse conquistado en Colombia el voto femenino, la universidad más importante del país no hubiera tenido jamás una mujer como rectora. Pero tampoco la Universidad de Antioquia, ni la de los Andes, ni la Javeriana, ni el Rosario. La Tadeo, hay que decirlo, tiene a Cecilia María Velez y es posible que haya algunas pocas en otras universidades.
¿Cómo explicarse que instituciones en donde prima la investigación, el pensamiento crítico y la reflexión, y donde desde hace más de 70 años se han graduado toda clase de mujeres brillantes —la primera abogada, Gabriela Peláez, ingresó en 1936— hayan estado sólo en manos masculinas? ¿Habrá algo más diciente? Porque tiene que ser que quienes dirigen esas mismas instituciones no creen en las mujeres. Dirán que sí, que hay muchas decanas y jefes de departamento. Pero como en casi todas partes, hasta ahí las dejan llegar. En la academia, pues, un espacio que se espera progresista, también el machismo, aunque de forma más moderada —o solapada— tiene lugar.
Dolly Montoya hace parte de una generación de mujeres que contribuyó en forma definitiva a abrir la brecha, a fuerza de tenacidad, inteligencia y valentía, pero en lucha denodada contra el prejuicio de género, y muchas veces, incluso, haciendo el papel de cabezas de familia como precio de la consecución de su entera libertad, mientras hacían carreras profesionales de enorme exigencia. A ella le corresponde ahora enfrentar múltiples problemas, comenzando por la de salvar de la ruina el bellísimo campus de la ciudad blanca, víctima del desfinanciamiento del que ha sido víctima la universidad pública. Ojalá pueda poner orden en casa y fortalecer la investigación, su sueño más grande.
Adenda. Y hablando de lo mismo, ¿qué tal el título abiertamente machista de la sección de deportes de El Tiempo, diario que dizque está adelantando una campaña contra ese tipo de titulación? El periodista anuncia así la llegada de la quinta mejor tenista del mundo, que además le acababa de decir que superó lesiones y altibajos, que levantó la cabeza y se superó: “Eugénie Bouchard, la cara bonita que llegará a Bogotá”. Yo pregunto: ¿presentaría así a Federer o a Rafael Nadal?
