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Hegemonía cultural uribista

Alvaro Forero Tascón
23 de febrero de 2009 - 01:25 a. m.

EL MAYOR LOGRO DEL GOBIERNO Uribe no es militar, ni económico, sino político.

Pero no por los cambios que ha generado en materia institucional, o partidista, o de estilo de liderazgo. Por el contrario, esos aspectos son los que más cuestionará la historia, por los efectos negativos del caudillismo sobre la democracia.

El mayor logro es político, porque Uribe no logró imponer el monopolio de la fuerza, pero sí impuso un férreo monopolio sobre la agenda política. Al menos en términos de percepción, que es lo que cuenta en política, el uribismo ha logrado reescribir la historia reciente, produciendo lo que Antonio Gramsci denominó hegemonía cultural —la captura del pensamiento de una sociedad por parte de un lenguaje político, al punto de que es adoptado inclusive por quienes no lo comparten—. El mensaje de la seguridad democrática no sólo conquistó la opinión de los ciudadanos, sino que ha desplazado completamente a las demás ideas políticas. Al punto que ha reducido los temas económicos al plano dependiente de “confianza inversionista”, y desaparecido los temas sociales.

Lo que explica esa hegemonía es que la seguridad democrática es mucho más que una política de gobierno. Es ante todo, una estrategia política. Si se la midiera exclusivamente en términos de resultados como política estatal, no podría haber producido la bonanza política que generó. Primero, porque contrariamente a su nombre, produjo lo que se conoce como “intercambio autoritario”, el acuerdo implícito entre gobernantes y mayorías, en que éstas ceden parte de sus derechos democráticos a cambio de bienes sociales como la seguridad. Y segundo, porque no ha logrado terminar la violencia, y seguramente no conseguirá la paz. Fueron más contundentes los resultados de la política del gobierno Gaviria contra el narcoterrorismo, por ejemplo.

La fuerza de la seguridad democrática como instrumento político tiene dos explicaciones: primero, es la punta del iceberg de una ideología política con la que se sustituyó el espíritu de la Constitución del 91, reemplazando el reformismo democrático por la autoridad como principal agente del progreso. Y segundo, ha sido un efectivo vehículo para reintroducir la polarización política que había terminado el Frente Nacional, estigmatizando por complicidad terrorista a quien la cuestiona, y aprovechando la falta de cuestionamiento para reproducirse. Amparado en los valores sociales de conservación que subyacen a la seguridad democrática, Uribe logró desequilibrar hacia la derecha buena parte de los consensos de centro que había tejido el bipartidismo.

El reto de la oposición es encontrar ¿cómo aprovechar el cambio de las condiciones internacionales que están golpeando tan fuertemente los cimientos del uribismo?, para renovar la agenda electoral y salir finalmente del falso dilema de la seguridad democrática entre negociación y fuerza, cuando todo el mundo sabe que para conseguir la paz, en algún momento será necesario combinarlas. Por eso César Gaviria ha respondido los nuevos intentos de la seguridad democrática por polarizar la campaña presidencial, diciendo que el problema no es la seguridad, sobre la cual prácticamente existe un consenso nacional, sino la reelección. Porque en relación con ésta, el país sí está completamente dividido.

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