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Hillary, Wikileaks y Venezuela

Arlene B. Tickner
16 de septiembre de 2015 - 03:24 a. m.

Los contenidos de un e-mail de Hillary Clinton y de algunos cables de Wikileaks, en donde Estados Unidos manifiesta preocupación por la parapolítica, las chuzadas y los falsos positivos, enfatiza la necesidad de investigar y castigar estos crímenes, y alerta sobre el involucramiento de altos funcionarios del gobierno de Álvaro Uribe, son temas de las últimas dos columnas de Daniel Coronell en Semana.

Por más que el correo electrónico enviado a la entonces secretaria de Estado transmita las predecibles opiniones del representante demócrata Jim McGovern sobre la situación en Colombia, Coronell muestra que éstas también fueron las de la Embajada de Estados Unidos. Un acervo de cables escritos por los exembajadores William Wood y William Brownfield entre 2005 y 2010 evidencia un distanciamiento creciente entre las prioridades y políticas de Washington y Bogotá, en el que el afán colombiano de mostrarse socio de Estados Unidos y víctima de las Farc y de Chávez, contrasta con la inquietud estadounidense sobre los derechos humanos y la impunidad.

Además de lo analizado por Coronell, estas comunicaciones confidenciales cobran vigencia a la luz de la crisis actual con Venezuela, ya que ilustran los intentos estadounidenses por mantenerse al margen de la escalada de tensiones con ese país. La conclusión del famoso e-mail de Hillary resume bien esta posición: “Sería útil recordar a los colombianos que Estados Unidos apoya la resolución pacífica de las diferencias crecientes de Bogotá con Venezuela” y considera “contraproducente… caer en la retórica de Chávez de que EE. UU. y Colombia tienen aspiraciones militares en la región”.

Pese a lo anterior, desde junio de 2007, cuando Uribe afirmó ante una delegación de congresistas estadounidenses que Chávez planteaba una amenaza similar a América Latina que la de Hitler en Europa, el Gobierno se empecinó en convencer a Estados Unidos de la peligrosidad de Venezuela y los planes de Chávez (en coordinación con las Farc) de derrocarlo. Además de frustrarse con la “neutralidad fraterna” de Washington, y de solicitar pronunciamientos públicos contra Chávez y hasta “actividad militar visible y simbólica” para disuadirlo de su “retórica guerrerista” –incluyendo el acuerdo de las bases– Uribe advirtió que no tenía reparo en realizar operativos militares en territorio venezolano en persecución de los “terroristas”.

Ante esto los representantes diplomáticos estadounidenses notaron la “obsesión” de Uribe con Chávez, se preguntaron si la supuesta amenaza de Venezuela no era “simplemente paranoia” y recomendaron que Washington siguiera respaldando a Bogotá sin involucrarse en el conflicto con Caracas. Al tiempo que Uribe fue considerado un gran aliado de Estados Unidos, los cables de Wikileaks sugieren que Washington –en especial después de la elección de Barack Obama– tomó distancia prudente de su “buen amigo” y adoptó medidas para no quedar preso de la agenda política de éste. Aun con las diferencias que caracterizan la diplomacia de Juan Manuel Santos hacia Venezuela, cabe preguntar si la no intromisión estadounidense en la crisis actual es parte de la misma estrategia.

 

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