Los eventos de esta primera quincena del año han sido bastante movidos, y sobre todo han suscitado cúmulos de reacciones que abarcan un amplio espectro: de la felicidad por el regreso de dos secuestradas y el encuentro de Clara Rojas y su hijo, y que incluyó un profuso agradecimiento generalizado a Chávez y a Piedad Córdoba, hasta las iras y diatribas contra estos dos personajes. Hay que decir que la reacción más serena en los dos casos la exhibió el presidente Uribe, así haya sido criticado por permanecer en su hacienda. Desde El Ubérrimo hizo política, y de la fina, hay que decirlo.
Ambas reacciones, decía, han sido profundamente emocionales, y eso es comprensible. Lo malo es que las condenas al dúo Chávez-Piedad también lo hayan sido, lo que oscureció la posibilidad de un examen más sereno de la propuesta del presidente venezolano respecto de suprimir la calificación de terroristas de las Farc. Una postura más racional indicaría que la propuesta de Chávez no es del todo absurda y que el hecho de que haya sido esbozada por quien menos ha debido hacerla, la volvió negativa, al tiempo que él se autoeliminó como un gestor válido de lo que eventualmente venga respecto del intercambio humanitario. Y de pasó les imprimió una dinámica muy perversa a las relaciones entre los dos países.
Pero digo que no sería absurda si hubiera sido planteada como una especie de do ut des: una negociación en la que si las Farc se comprometieran a liberar a todos los secuestrados y declararan que repudian la práctica y se comprometieran a abandonarla definitivamente, a cambio se les podrían ofrecer gestiones para que fueran retiradas de las listas negras internacionales. Así siguieran en la guerra: para confrontarla hay otras opciones.
Es posible que Chávez haya herido de muerte la iniciativa; sin embargo, es pertinente preguntarse si su reformulación en los términos aquí propuestos, y que surgiera como iniciativa de fuentes menos contaminadas, podría evitar su muerte. Ya ha habido voces internacionales en esa dirección y se trataría de estimularlas.
En cambio, la propuesta del Presidente de ofrecer el retiro del calificativo de terroristas a partir de una aceptación por las Farc de una negociación política, tiene el gran problema de que de nuevo se confunde lo humanitario con la paz. Esta confusión ya había sido criticada por el presidente López, y hoy recobra toda su validez. Uno se podría preguntar: si el tema del momento era lo humanitario, ¿para qué introducir la exigencia de la negociación de paz? Esta propuesta podrá contribuir no a abrir puertas, sino a cerrarlas.
Si se acepta que Uribe tiene dos problemas: Chávez y las Farc, una actitud adecuada debe consistir en bajarle la tensión al primero, para dedicarse con más fuerza al segundo.
Por tanto, parece que la consigna más sensata del momento debe ser, luego del rechazo de la Cancillería a las últimas declaraciones ofensivas y desafortunadas de Chávez, bajarle al antichavismo, que ya empieza a convertirse en una posición patriotera y chauvinista, y que en nada contribuye a mejorar las relaciones con Venezuela. Esta actitud debería venir acompañada de discretas búsquedas de apoyos internacionales, tanto a la propuesta como a bajarle la temperatura al contencioso con Chávez. Algún gobierno, o grupo de gobiernos europeos, podrían desempeñar ese papel.
Esto implica que, en particular la prensa, ya que nada se puede esperar de los políticos, se comprometa en una política de apaciguamiento, y en consecuencia, para empezar, se morigere el lenguaje ofensivo y camorrero. Pienso que si columnistas como el señor Ernesto Yamhure aceptan que esta actitud es sana, no escribirían tantos vituperios y agravios como los que le dedicó a Piedad Córdoba la semana pasada y que antes que analíticos tenían un sabor de odio visceral.
