Impopular e ineficiente

Salomón Kalmanovitz
26 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Termina por fin la Alcaldía de Peñalosa en medio de grandes esfuerzos por mostrar obras y cerrar contratos. Los buses que nos va a legar siguen siendo los Volvos brasileños tipo Euro V, de motores diésel que ya no se utilizan en los países que cuidan la salud de sus habitantes. La lluvia de canecas brillantes que cayó sobre la capital es otra demostración de desperdicio de los recursos escasos, que pudo tener un costo de $150.000 millones. Los topes y semáforos, impuestos sin ton ni son por el a buena hora destituido Juan Pablo Bocarejo, han martirizado a todos los usuarios del transporte en Bogotá durante estos cuatro años, frenando en seco el tráfico de la ciudad.

Según Daniel Páez (Razón Pública), la situación del transporte público ha podido ser peor, porque al menos parte de los vehículos serán eléctricos y se canceló la licitación del Portal Américas, que la próxima Alcaldía podrá abrir con especificaciones menos mortíferas para nuestros pulmones. En efecto, el mundo del transporte se ha movido hacia tecnologías más limpias, como el motor eléctrico e incluso el motor a gas o los vehículos híbridos, que recargan sus baterías cuando funcionan con combustible fósil, pero el alcalde repitente se quedó anclado en los años 80. Es, al parecer, de aquellas personas sometidas a la pulsión de la repetición que nunca salen de los círculos viciosos que les arruinan la vida a ellos mismos y a los demás.

Si antes Peñalosa abusó con sus cientos de miles de bolardos redundantes, ahora repite la historia con sus canecas importadas de España para la basura. Leopoldo Fergusson, en La Silla Vacía, le pone un costo de $1,8 millones a cada par y argumenta que no constituyen una solución para el problema en la ciudad: se debe más bien de acostumbrar a la población a que disponga adecuadamente de los deshechos que produzca y no simplemente que los tire en canecas; a éstas hay que dotarlas de bolsas plásticas y recogerlas, sin que se impida que los habitantes de calle las esculquen y dispersen. Frente al Colegio Bartolomé hay 18 cestas y sobre la Quinta hay un par cada 15 metros; en la ciudad existe una caneca por cada 90 habitantes. Con ese dinero se han podido financiar 8.000 patrulleros por un año u otras actividades mucho más necesarias para los ciudadanos que las relucientes canecas de fino acero inoxidable.

La peatonalización de la Séptima iniciada por Petro y culminada hasta la calle Jiménez se ha tardado cuatro años para alcanzar la calle 24 bajo el ineficiente Peñalosa: hoy no se ve cerca su culminación. Decenas de negocios han tenido que cerrar y la avenida emblemática de la capital parece bombardeada bajo toneladas de escombros, invadida por miles de ambulantes que también le quitan aire al poco comercio formal que sobrevive. El Acueducto estuvo reparando su red en una cuadra (sí, una) de la carrera Quinta durante siete meses, lo cual hizo colapsar diariamente los accesos al centro histórico y a las universidades.

Hay que abonarle algunos logros al alcalde saliente: la renovación de parques antes abandonados al microtráfico de drogas, la repavimentación de algunas vías y el empoderamiento de los ciclistas (y motociclistas) para que desplacen a sus odiados taxis y carros. Le ha faltado visión a Peñalosa para hacer que la ciudad sea de todos, mediante vías más amplias, modos alternativos de transporte que logren descongestionarla, construir más zonas verdes y, sobre todo, proteger la salud pública.

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