A mano alzada

“Indaba”: encuentro de mentes

Fernando Barbosa
16 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

El término indaba es bastante desconocido entre nosotros. Se trata de una palabra zulú que significa “encuentro de mentes” y que con el tiempo ha venido a ser sinónimo de asamblea y de encuentro comunitario. Es, básicamente, un mecanismo para resolver conflictos usado en el sur de África desde hace muchos años.

Héctor R. Torres, en un artículo sobre la reunión de la OMC que se celebró en Buenos Aires en diciembre de 2017, presentaba la indaba como una alternativa para adoptar las decisiones dentro de la organización. Según el autor, aunque no existe un mandato que lo obligue, se ha aceptado como práctica que las aprobaciones se hagan por consenso. Y esto implica largas negociaciones y mucho tiempo.

Torres, además de la propuesta, citaba antecedentes: “El Acuerdo de París sobre el clima fue posible por un simple método llamado indaba, adoptado de los pueblos zulú y xhosa, del sur de África. Los negociadores tienen el derecho a rehusar el consenso, pero solamente si presentan propuestas alternativas dirigidas a encontrar puntos en común. Si la indaba funcionó en París, también podría funcionar en la OMC”.

Claro que el método no es tan simple. Se requiere que las negociaciones sean lideradas por personas experimentadas y responsables, que el proceso sea circular e incluyente, que esté fundamentado en la dignidad y el respeto, y que sea honrado y acatado por todos.

Algo más limitado, pero en la misma línea, podría ser nuestro pütchipü’ü, el palabrero de los wayuus que es el mediador y negociador que busca solucionar conflictos. Su labor, reconocida por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, también está basada en el respeto, en la voluntad de resarcimiento y en el reconocimiento de una compensación que puede ser casi simbólica. Cómo nos haría de bien este mecanismo o la indaba.

Por supuesto, el asunto va más allá de nuestras fronteras. Y ahora cuando el presidente Duque prepara viaje a Japón y a Corea —seguramente en el congelador por el momento—, bien valdría la pena mirar atrás un poco para ajustar lo que sea necesario.

Hace años, durante un viaje presidencial a Japón, en una reunión con empresarios, el mandatario les comentó que quería compartir con ellos una “idea” que tenía. Se trataba de la posibilidad de una construcción de considerable envergadura. Cuando se le indagó sobre los detalles, las respuestas fueron vagas e imprecisas y el desconcierto fue enorme, tanto como los efectos negativos que se produjeron. Para los japoneses una idea de negocio implica que por lo menos se haya superado la etapa de la prefactibilidad. Y que si un jefe de gobierno habla, es porque tiene suficientes argumentos para defender su posición.

En el caso de Corea sucedió algo similar en la etapa preparativa del viaje. El gobierno estaba vendiendo uno de sus activos y quería interesar a los coreanos. Sin embargo, la forma como se les transmitió el proyecto fue entendida como la decisión de Bogotá de entregarles a ellos el negocio. Fácil resulta imaginarse la desazón cuando al final, después de haber preparado su oferta, les informaron que primero habría que abrir una licitación o concurso.

Los viajes, al igual que las negociaciones, son en últimas unos “encuentros de mentes” que vale la pena calibrar para sacarles el mayor provecho.

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