Infierno

José Fernando Isaza
19 de abril de 2018 - 05:25 a. m.

Los creyentes en la infalibilidad papal deben estar sorprendidos por los frecuentes cambios en la doctrina dogmática del infierno. Aunque para los católicos el infierno es eterno, en realidad es un invento relativamente reciente. En el Antiguo Testamento no hay mención a un lugar de tormentos a donde irían las almas impuras. Se habla de un sitio oscuro parecido al Hades de los griegos.

Es paradójico que al tiempo que se afirma que el Nuevo Testamento es el del Dios del amor, a diferencia del Antiguo, que es el del Dios vengador, el Dios de los ejércitos, en el Nuevo se habla de un lugar en que habrá llanto y crujir de dientes por toda la eternidad. Se requirió tiempo y un sadismo altamente sofisticado para inventarse el infierno con llamas que no se extinguen y torturas que hacen palidecer a los nazis o a los camboyanos bajo el régimen de Pol Pot.

Hace 803 años, en el Concilio IV de Letrán, se proclamó como dogma de fe la existencia del infierno con llamas, diablos y toda la parafernalia de torturas eternas.

En el año 2001, el papa Juan Pablo II acabó temporalmente con el infierno de la Iglesia, al afirmar que este no existe como lugar físico, sino como un estado de privación de la visión de la divinidad. Al poco tiempo volvió a revivir el concepto de infierno como lugar. Esto fue con motivo de la canonización de los pastores de Fátima, quienes afirmaron haber visto el infierno, con fuego, llamas, crujir de dientes y gusanos roedores.

Como el miedo es necesario para que los fieles crean en lo que repugna a la razón, la Iglesia sin infierno podría perder poder y feligreses. Por lo tanto, Benedicto XVI zanjó las contradicciones de su antecesor y proclamó que el castigo eterno ocurre en un lugar físico y no mental. El pontífice actual, Francisco, quien trata, a veces infructuosamente, de ponerse a tono con los tiempos, en la pasada Semana Santa en una entrevista, no pronunciándose ex catedra, dijo que el infierno no existe como lugar de castigo eterno. Rápidamente la curia salió a corregir y el papa no mantuvo el concepto de la inexistencia del fuego eterno.

El catecismo del padre Farias, que recoge lo dogmas religiosos imperantes en la mitad del siglo XX, es preciso al afirmar que el infierno existe, es eterno, hay pena de daño al desorden por la separación de Dios, hay pena de sentido; llamas, dolor físico agravado por la ausencia de Dios. Con la reciente volatilidad de los conceptos papales sobre este fundamental aspecto, nos quedamos sin saber si el castigo eterno permanecerá o no.

Para asustar a los niños en las clases de religión, cuando esta materia estaba a cargo de la Iglesia, se comparaba la eternidad con este símil: si toda la Tierra fuera una bola de metal y una hormiga la recorriera, al cabo de miles de millones de años podía desgastar esta esfera, aún así la eternidad no habría empezado. Un pensamiento “impuro”, un toque “inmodesto” podía precipitar al pobre infante a tan tremendo y larguísimo castigo.

La modernidad ha introducido la segunda instancia en los juicios. La Iglesia, en el más duro castigo, no ha aceptado este derecho, el juicio final colectivo, solo confirma la sentencia del juicio particular.

Cien años después del Concilio IV de Letrán, Dante escribe la Divina Comedia: al infierno arroja sus enemigos. Al primer círculo manda a los tibios, y al quinto círculo a los que vivieron tristes y deprimidos sin motivo.

 

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