Ingenuidades culpables

Columnista invitado EE
20 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Recientes estudios de opinión hablan de una proliferación de actitudes antimusulmanas en ambos lados del Atlántico, lo que unido a la horrenda masacre cometida por el Estado Islámico (EI) en el corazón de Barcelona dan cara a lo que parece un creciente problema en nuestras sociedades occidentales.

Los recientes atentados terroristas y la nueva amenaza “yihadista” que se cierne sobre una Europa en crisis —unidos al creciente auge de la extrema derecha— están contribuyendo con la demonización del islam a fomentar un estado de ánimo y una proliferación de políticas que no favorecen la resolución eficaz de estos conflictos.

Hacer una lista de extranjeros sospechosos, cerrar las fronteras, imponer vetos a países musulmanes o endurecer las leyes de migración no sirve. Los hermanos Kouachi, autores de la masacre de Niza, nacieron y crecieron en Francia; Moussa y Driss Oukabir eran marroquíes de nacionalidad, pero tenían residencia en España, muy lejos de Siria o Líbano. En el yihadismo radical no hay procesos formales de reclutamiento, los lazos de unión se mantienen a través de un sentimiento de pertenencia y de identidad, donde no sólo cumple un papel fundamental la religión, sino también la apelación obsesiva a la injusticia, al maltrato y a la cruzada cristiana contra el islam.

El desafío es espeluznante, varios miles de sospechosos ya están en el radar de las Fuerzas de Seguridad, centenares de personas ya están siendo investigadas y sus teléfonos están siendo intervenidos. Las democracias occidentales y ahora las sociedades europeas fracasan en sus respectivos intentos de remediar el problema del yihadismo, no han comprendido la verdadera esencia del conflicto, “el papel de las emociones”.

Es urgente pasar de la neutralización militar de la amenaza a una gestión, llamemos, “emocional” del riesgo. Y es que los tiempos de ejércitos regulares visibles han pasado, las células terroristas atacan como un ejército durmiente que se despierta para atacar. Lo mismo que publicistas profesionales se dedican a diseñar y aplicar campañas informativas con el objetivo explícito de influir sobre las pautas de compra, los terroristas hacen algo parecido.

Atentando esporádica y sorpresivamente contra civiles inocentes nos están demostrando que no pretenden imponer sus deseos por el simple ejercicio de la fuerza. Por otro lado, la afiliación a grupos yihadistas siempre viene precedida por un proceso de radicalización paciente, minuciosa y aparentemente no deliberado. El fundamentalismo islámico no se debe sólo a una obsesiva fe; se alimenta también de los sentimientos de rechazo y la humillación a lo que sienten más suyo, para de este modo reafirmar su identidad en contra del invasor.

Hay una ingenuidad irresponsable y culpable en aquellos que emprenden campañas de agitación de tintes xenófobos. El terrorismo está dirigido a minar los valores que cimientan las sociedades democráticas europeas. Urge prestar atención a los discursos y al aparato de propaganda encargado de alimentar y mantener viva la red. Alimentar nuestro rechazo al diferente no sólo atenta contra los valores que creemos, sino que alimenta la ira, el odio y los deseos de venganza que alimentan la “justificación” de sus actividades.

ROBERTO GARCÍA
* Profesor español, director de Ciencia Política de la U. Javeriana.

 

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