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Intento de deshielo en Alaska

Eduardo Barajas Sandoval
23 de marzo de 2021 - 03:00 a. m.

Sería ingenuo esperar un encuentro afectuoso entre la China y los Estados Unidos de hoy. La esencia de la diplomacia no son las mentiras disfrazadas ni las buenas maneras en las ocasiones sociales. Los encuentros organizados entre delegados de gobiernos para discutir asuntos de interés común son las mejores oportunidades de presentar ante el interlocutor, de manera directa, puntos de vista que no siempre le van a gustar, pero que representan una posición frente a asuntos sobre los cuales se cree importante discutir. La respuesta debe corresponder a la pregunta en su contenido y en el tono también. Porqué no. Así las partes saben a qué atenerse, y sobre la base de coincidencias y diferencias, se puede construir un diálogo, que puede ser más o menos tenso, como lo dicten las interpretaciones de los hechos, y los intereses de cada quién.

La reunión que acaba de tener lugar en Alaska, entre los máximos representantes diplomáticos, ideólogos y gestores de las relaciones internacionales de China y los Estados Unidos, no podía ser sino la dura y frentera primera vuelta, bajo la presidencia de Joe Biden, de una competencia que viene de atrás y perdurará por unos cuántos años. Todo revestido, claro está, de una cierta dosis de teatralidad calculada para satisfacer el ansia de los medios, encargados de dar interpretaciones a cada espectáculo al que puedan tener acceso, que por lo general son los comentarios iniciales de las partes.

En esa primera vuelta de una nueva serie había que poner sobre la mesa los temas que son, con las interpretaciones correspondientes y, de una vez, con el elogio de las condiciones propias y la crítica a las actuaciones de la otra parte, además del consabido llamado al entendimiento y al ejercicio de las responsabilidades que corresponden a las grandes potencias en el entramado del desarrollo de la vida internacional. Todo esto, aumentado por los promotores mediáticos del espectáculo, e interpretado de una u otra manera por el público, es mejor que organizar supuestas maniobras diplomáticas sin siquiera establecer canales de conversación con los contradictores, cerrando paradójicamente las puertas mismas de la diplomacia, que no está hecha para darse palmadas con los amigos sino, afortunadamente, para discutir con los adversarios.

No cabe duda de que la China Popular y los Estados Unidos se perfilan por ahora, de hecho, como finalistas en un concurso por la condición de potencias mundiales del Siglo XXI. Los Estados Unidos juegan allí con la inercia de su peso, en todos los campos y todos los tablados, desde la Segunda Guerra Mundial, aunque debilitados por el espectáculo de la última campaña presidencial y de preocupantes muestras de disidencia interna, propias de una democracia abierta, que no dejan de quitarle prestancia a su gobierno federal hacia el exterior. La China se sienta a esa mesa de primera liga mundial como premio a su disciplina, a su capacidad y tradición de ver las cosas en el largo plazo, a su estrategia hasta ahora exitosa de convertirse en fábrica del mundo, potencia industrial y tecnológica, agente financiera y promotora del desarrollo en todos los continentes, bajo el pendón de su propia versión de democracia, con su propia dosis de atenuantes derivados de actuaciones que resultan inaceptables conforme a los estándares de Occidente.

Como era previsible, la delegación americana a cargo del Secretario de Estado Antony Blinken y del Asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, desocupó de una vez sus principales preocupaciones sobre hechos y procesos tradicionalmente considerados por China como asuntos internos, a los cuales Washington atribuye consecuencias perturbadoras frente a la idea de jugar dentro de las reglas del orden internacional. Es el caso de la represión de una minoría musulmana en Xinjiang, además de las dificultades recientes dentro del proceso de devolución de Hong Kong, además del asunto vital de Taiwán. Listado que complementó con el reclamo por ciberataques a los Estados Unidos y sus aliados. Catálogo completo que, a juicio de los Estados Unidos, amenaza el orden fundado sobre reglas que tienen por objeto garantizar la estabilidad mundial.

Los planteamientos chinos, por parte del Director de la Oficina de la Comisión Central de Asuntos Exteriores, Yang Jiechi, y del Ministro de Relaciones Exteriores Wang Yi, en respuesta a las jugadas de apertura de la parte americana, también eran los que se podían esperar, conforme a un libreto ya conocido. China no está dispuesta a aceptar la continuada interferencia en sus asuntos internos, pregona la paz y el entendimiento y busca, con criterio pragmático, jugar un papel en el comercio y el desarrollo mundiales. Pero también trajeron su carga de profundidad al criticar el propio récord democrático y de derechos humanos de los Estados Unidos, así como su pretensión de convertirse aparentemente en voceros del resto del mundo y de tratar de imponer su modelo en sociedades ajenas, inclusive con el uso de la fuerza.

El fondo de las deliberaciones, en desarrollo de una agenda compleja, dejará ver sus consecuencias en los próximos años, con la seguridad de que no se trató necesariamente de una confrontación en todos los terrenos, pues es usual, entre países animados por una mínima buena voluntad y con plena conciencia de las responsabilidades que les corresponden, encontrar propósitos comunes, como el de acciones de cooperación en la lucha contra el cambio climático y el calentamiento global, además de las delicadas materias de propiedad intelectual y competencia por el dominio de espacios en los que la tecnología del Siglo XXI adquiere significación política y estratégica.

Dentro y fuera de la reunión apareció, y no se ha ido, el fantasma del peligro que representaría el desenlace de una nueva guerra fría. Las dos partes, y el resto del mundo, tienen conciencia plena de esa eventualidad. Todos quieren evitarla, y está por verse si el proceso deriva o no en esa dirección. Por ahora no deja de ser en el fondo positivo que haya quién le pueda hacer, precisamente a esas dos potencias, de frente, reclamos que nadie más se atreve a hacer, por su conducta y sus pretensiones en medio de la rebatiña de un mundo en busca de nuevas definiciones.

Con o sin elementos de guerra fría, para el desarrollo de las siguientes rondas de encuentros entre las dos potencias vale la pena señalar que, a diferencia de la época del enfrentamiento con la Unión Soviética, los Estados Unidos tendrán ahora del otro lado de la mesa un contradictor que pertenece verdaderamente a una civilización diferente, con su propia historia y con una experiencia milenaria, además de la ventaja aparente de una claridad sobresaliente de planificación estratégica y una visión de largo plazo complementada por la relativa estabilidad de un sistema que permite la permanencia del mismo cuadro de liderazgo al menos por los próximos quince años. Nada comparable a las limitaciones propias del cambio que debe operar en la Casa Blanca con periodicidad obligatoria. Circunstancia que, en todo caso, no les quita a los Estados Unidos la condición de voceros de principios y valores para cuya defensa ha de obrar diligentemente al interior de su establecimiento político para ratificar su solidez.

Frente al espectáculo, y a la eventualidad de que el mundo caiga otra vez en la militancia de bandos que exigen fidelidades dentro de la causa de potencias globales, vale la pena ir pensando de nuevo en los fundamentos y ventajas de la no alineación.

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Adrianus(87145)23 de marzo de 2021 - 09:20 p. m.
EEUU no está hablando con un "pintao" en la pared. Menos mal que la China le puede hablar de tú a tú y, por tanto, no va a permitir que trapee con esa nación como lo hace con el resto de naciones del mundo.
Atenas(06773)23 de marzo de 2021 - 04:49 p. m.
La farsa, las aprensiones y los recelos entre los más grandes bien semejan una pelea entre grandes elefantes machos enardecidos en su testosterona: el q' sufre es el pasto.
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