Atalaya

Intrusismo profesional o del Barroco de nuestro tiempo

Juan David Zuloaga D.
08 de marzo de 2018 - 04:30 a. m.

Se lamentaba Javier Marías, en entrevista concedida a propósito de la publicación de su más reciente libro, de que en nuestros días cualquiera se creyera con autoridad para escribir una novela (y para publicarla, pudiera uno añadir).

Es esto resultado del desorden que reina hogaño. En otro tiempo y en otras civilizaciones, la labor que cada quien desempeñaba y debía desempeñar estaba claramente delimitada por el lugar que ocupaba en la ordenación sociopolítica de la comunidad. Se cultivaba entonces eso que de manera un tanto obscura se denominaba “vocación”. Y de esa connivencia insobornable entre quehacer y voluntad nacían las obras maestras, las clases magistrales, los versos memorables, los mármoles que no se dejan vencer por el paso del tiempo.

Pero eran otras épocas. Con la Modernidad (esto es, desde el siglo XIV) apareció en el proscenio de este teatro del mundo la idea, acaso inédita en la historia de las civilizaciones, de que cada quien podía labrar su propio destino; la pretensión, tan nueva como peregrina para las civilizaciones tradicionales, de que cada hombre, para decirlo más o menos con las palabras de Giovanni Pico della Mirandola, en un texto que es a la vez declaración de principios y observación antropológica (su Discurso sobre la dignidad del hombre), cada persona, nos dice el humanista italiano, puede –gracias a su decisión, su desidia o su coraje– igualarse a los ángeles o asemejarse a los brutos.

El proceso comenzó en el Renacimiento, en donde fue posible mudar de oficio y de estamento y de lugar dentro de la sociedad, sí, pero encuentra su punto álgido y su momento más acuciante en el Barroco, período cuya seña de identidad (al menos una de las más definitorias de aquel momento histórico y de aquel espíritu) fue la inversión de las jerarquías. Y desde entonces, “digo que todo anda al revés y todo trocado de alto abajo”, escribió Baltasar Gracián en El criticón, fresco impresionante y sin igual del Barroco, de su ánimo, su temple y su alma.

Por eso no ha faltado quien califique nuestra época de Neobarroco. Y por ello mueve a risa –y es claro que parafraseo a Gracián– ver hoy corrompidos a los zares anticorrupción, sin juicio a los jueces, libres a los culpables, con cargos de conciencia a los inocentes, sin autoridad a los gobernantes, sin criterio a los filósofos, ver de poetas a los culebreros, a los inmorales predicando de moral, a los analfabetas escribiendo libros... Mueve a risa y causa espanto ver al Anticristo queriendo redimir el mundo, los orates dirigiendo los países, los ignaros dando cátedra, los descriteriados sentando línea y los imbéciles reinando por doquier.

@Los_Atalayas, atalaya.espectador@gmail.com

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