Ir con hambre a la escuela en La Guajira

Mauricio Albarracín
22 de febrero de 2017 - 01:58 a. m.

En Bogotá se tienen dos imágenes de La Guajira. Para algunos es un paraíso turístico. Para la gran mayoría es el sinónimo de crisis institucional. La Guajira es un lugar donde se pueden ver en extremo las desigualdades que corren por las venas de la Colombia del posconflicto. Lo mas triste es que las niñas y niños del pueblo Wayúu sufren la peor parte.

Durante los últimos tres días hemos estado con mis colegas de Dejusticia acompañando a la Corte Constitucional en una serie de audiencias e inspecciones en la alta Guajira, en particular, en el municipio de Uribia. La Corte está estudiando una acción de tutela que contiene una nueva plegaria por los niños wayúu que mueren de hambre por desnutrición. Hemos recorrido los corregimientos de este enorme municipio donde el 98% de sus habitantes viven bajo la línea de pobreza. Todos estos lugares están llenos de paisajes épicos e historias trágicas. Todo mundo habla de la desnutrición, pero se habla menos del sistema educativo en las zonas rurales de la alta Guajira que sin duda tiene relación directa con el bienestar de los niños y las niñas. 

Las niñas y niños de estos lugares deben caminar entre una y dos horas para ir a estudiar, y luego caminan el mismo tiempo de regreso a sus casas. Previamente, han tenido que ayudar en sus hogares en actividades como recoger el agua para los chivos, entre otras. Obviamente, la alcaldía de Uribia aún no habilitado ningún sistema de transporte escolar. Como los niños tienen que caminar mucho, las clases empiezan tarde, a las 9 de la mañana más o menos.  Usualmente en sus casas no desayunan o desayunan muy poco. A pesar de que existen recursos, en lo que va corrido de este año, la alcaldía de Uribia tampoco ha enviado los alimentos previstos en el Plan de Alimentación Escolar de 2017. En consecuencia, estos niños hacen su jornada de clase completamente en ayunas. En años anteriores, cuando la Alcaldía enviaba la comida, esta no era suficiente para todo el mes, y como por si fuera poco, cada niño debe llevar un poco de leña y agua para que le preparen los alimentos. 

Las clases en las escuelas rurales de esta zona se desarrollan en aulas que en algunas ocasiones son ramadas hechas de yotojoro con el piso en tierra. Estas ramadas son hechas por el esfuerzo de la comunidad y en algunas ocasiones no existen y los niños deben recibir clase debajo de los árboles a pleno rayo del sol. También existen algunas aulas construidas en cemento, pero tienen una muy pobre dotación. Los pupitres son viejos y muchos no tienen mesa. Para completar el cuadro, los niños no tienen libros escolares ni ninguna clase de útiles. Los tableros son casi inservibles y los profesores no cuentan con materiales didácticos. 

En la cara de esos los niños y niñas se ve una sonrisa hermosa, pero si se mira con atención también se ven cuerpos débiles; son los sobrevivientes de una vida que se hizo dura demasiado pronto. Han resistido el hambre, la falta de agua, el maltrato y la indiferencia. No estoy seguro de que todos resistan porque las soluciones son tan difíciles como lejanas. Las niñas y niños de La Guajira no sólo están desnutridos en el cuerpo, sino también lo está en el alma. Ir a la escuela con hambre no permite que los estudiantes puedan aprender, y menos, con una infraestructura educativa casi inexistente.

* Investigador de Dejusticia. Malbarracin@dejusticia.org @malbarracin

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