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El alcalde Rafael Pardo aplazó más no desechó su propuesta de pico y placa para todo el día en Bogotá y la medida ha quedado ahí, en el aire, volando bajo, a la espera de que él, o quien le suceda, la aterrice con el controvertible argumento de que es la pócima mágica para mejorar la movilidad.
La ciudad lleva 16 años experimentando el discutible sistema de restricción a los vehículos particulares, implantado y presentado por el inefable alcalde Enrique Peñalosa, en 1998, como la panacea para superar el despelote que por la época se vivía en nuestras calles. Los resultados, tal y como se han visto, son inversamente proporcionales a las pretensiones de su inspirador y de sus defensores.
Al ritmo del crecimiento económico, Bogotá pasó de tener un millón de automóviles a más de 1.700.000 en los últimos cuatro años. Las familias de mayores recursos compraron dos o más carros y fueron las primeras en excluirse de la norma, y las de menores ingresos dispararon el uso de las motos. Por eso, ampliar el pico y placa es una decisión inadecuada, impopular y excluyente, que aumenta la segregación social y acentúa las diferencias entre quienes tienen el privilegio de disponer de un cómodo transporte privado y aquellos condenados a servirse de un calamitoso sistema público.
Las restricciones no han sido el alivio a los problemas y así lo previó el alcalde Gustavo Petro al proponer desmontarlo gradualmente y reducirlo a siete horas diarias, aprendiendo de las lecciones dejadas por ciudades como la capital méxicana, Santiago de Chile o Sao Paulo, donde el mismo experimento arroja pálidos resultados.
La prohibición al uso de vehículos afecta muchos sectores de la economía, entre ellos el turismo. El alquiler de autos en Colombia es una práctica preferencialmente utilizada por empresarios, ejecutivos y turistas sin contactos familiares o personales, que deben desplazarse por las ciudades o entre ellas. Pero adquirir un servicio sometido al vaivén del pico y placa deja de ser rentable para quien lo presta o lo contrata. Parquear un carro dos o tres días a la semana representa costos económicos y de tiempo para los turistas, incluso si la empresa permite la sustitución. Para esta, la inversión ociosa termina acarreándole pérdidas cercanas al 30%.
Peñalosa y las dos administraciones que le siguieron buscaron la calentura en las sábanas y victimizaron al automóvil, sin asumir sus responsabilidades públicas. Si hubieran hecho lo que les tocaba, es decir, vigilar y cuidar los recursos e invertirlos con eficiencia para ampliar y restituir la malla vial, optimizar la semaforización para sincronizar olas verdes en las avenidas, organizar el tráfico con presencia policial y consolidar un plan maestro para apuntarle a un sistema gerencial de transporte público masivo, integrado, sostenible y eficiente, la ciudad quizás no iría en coche pero se movilizaría en metro.
gsilvarivas@gmail.com
