Isla para dos

Madame Papita
07 de junio de 2019 - 01:00 a. m.

La costa Caribe colombiana se ha especializado cada vez más en un turismo boutique bastante interesante, que nos muestra en sus ciudades capitales espacios llenos de buen diseño y magia que deslumbran a sus huéspedes con encanto; y ni qué decir de la oferta gastronómica creciente con toques muy nuestros y mezclas interesantes de cocinas propias y de otras latitudes. 

Me declaro una romántica empedernida, así solo lo demuestre a través de mi comida más que con mis palabras, y como en la popular canción Isla para dos, siempre soñé con encontrar ese lugar en Colombia que me hiciera querer regresar, una isla a la medida, en un sitio paradisiaco, silencioso, lleno de sosiego, con un atardecer digno de envidia y, lo más difícil de conseguir, una comida que me llenara el alma y el cuerpo.

Pues bien, después de mucho andar por nuestras ciudades costeras y sus islas e islotes, playas y bahías, me encontré recientemente con un secreto muy bien guardado en las islas del Rosario, más exactamente en isla Marina: Coralina Island (@coralinaisland).

La experiencia comienza con un servicio ejemplar, donde con una sonrisa siempre hay alguien que le ayuda a uno a sentirse, aún más, como en casa. Gracias a su pequeño espacio todos los huéspedes se cruzan con una mirada de felicidad infinita, pues entre ir y venir de cada rincón de la isla siempre habrá un comentario agradable de la actividad o comida que acabamos de tener.

Súmenle unas habitaciones con detalles “coquetos”, como dirían mis amigas. Flores frescas a lo largo de todos los espacios, ventanas inmensas con vista al mar, caminitos que lo llevan a uno directo al cielo. Es una mezcla perfecta entre los espacios y el servicio, realmente.

Pero lo más importante de este descubrimiento va más allá de todo esto. La comida es, sin dudarlo, el brillante de la experiencia Coralina. Cristian, su chef, y cada uno de sus cocineros hacen que ningún día, por más que repita plato, las cosas sepan a lo mismo. La capacidad de adaptación de su cocina a la historia y cultura de las islas, su juego diario con la frescura de su abastecimiento y la pesca que cada mañana recibe hacen que no haya plato malo.

Me dejé querer de Pierre (corazón de Coralina) y de Cristian, les dejé ofrecerme lo que mejor les pareciera, y claramente no puedo arrepentirme sino de no poder quedarme más. Un laboratorio donde la relación “jefe-cocina” hace que Coralina tenga una de las mejores cocinas de las islas. Crear, respetar e innovar es su bandera, que deja como resultado sabor y mucha sabrosura. Arroz apastelado de mariscos (plato en prueba que se quedó), cangrejo en leche de coco, langosta fresca en salsa criolla, filete de sierra a la parrilla, cocadas, patacones, caldos y sopas no me dejan saber qué es lo mejor que hay en la carta. Sí les puedo decir que el arroz apastelado me supo a lo mismo que comía en Navidad en la casa de mi abuela. Cristian y su combo cumplieron con ese básico de la cocina de lograr rememorar lo que lo hace a uno infinitamente feliz.

Sin grandes inventarios, pero sí con grandes tesoros heredados de las abuelas, los isleños y la sabiduría de un gran conocedor de la experiencia del servicio, Coralina es un tesoro que vale la pena conocer y vivir. Pero si aún tienen dudas de que “de eso tan bueno no dan tanto”, el atardecer es tan mágico que ninguna cámara o teléfono puede guardar tanta belleza, me tocó guardarlo simplemente en una imagen de Instagram que se hace aún más grande cuando cierro los ojos y lo recuerdo.

Anímense, vienen las vacaciones y seguro Cristian tendrá sus calderos calientes; Pierre, un equipo de hacedores de sueños y el paisaje listo para hacer momentos que quedarán en la historia de cada uno de nosotros.

@chefguty

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