Iván Duque contra Nicolás Maduro

Hernando Gómez Buendía
08 de julio de 2018 - 02:30 a. m.

La política exterior debe basarse en los intereses permanentes del país y no en la ideología del gobierno de turno.

Por supuesto que a Colombia le interesa que Venezuela salga de la crisis que la está destruyendo y que a nosotros nos afecta por el riesgo inminente de violencia, por la migración masiva, por la pérdida del socio comercial y por el grave deterioro de la vida en la frontera.

También es cierto que esa crisis no podrá superarse mientras Maduro siga siendo presidente, que la oposición interna no es capaz de derrocarlo y que la comunidad internacional —encabezada por Washington y Madrid— está aumentando la presión para lograrlo.

La cuestión es si a Colombia le conviene asumir el liderazgo de esta lucha, como lo ha hecho el presidente Duque al comenzar su empalme por una visita a esos dos países, al poner a Venezuela como centro de su agenda y al convertirnos en el primer Estado que propone juzgar y encarcelar al presidente del país vecino.

La respuesta es que no nos conviene. Primero, porque no podemos hacer nada: el supuesto liderazgo de Colombia se reduce a la retórica; no tenemos la capacidad (militar, judicial, económica o geopolítica) para inclinar la balanza, y con o sin nosotros los demás países harán lo que pueden y suele hacerse desde afuera.

Segundo, porque ese liderazgo nos expone aún más al riesgo de violencia que está por estallar. La última autoelección de Maduro significa que en Venezuela ya no hay salida negociada, la oposición anda buscando una “acción decisiva” desde afuera, y Trump amaga con invadir ese país para tumbar a un “narcocomunista que además tiene nexos con Irán”.

Aunque suene dramático, un presidente serio no puede descartar los escenarios que van desde una provocación militar de Maduro (al estilo de los varios de Arauca) hasta usar a Colombia como retaguardia de la invasión de Venezuela (lo que hicieron los gringos con Honduras en las guerras centroamericanas), pasando por el apoyo material al Eln (con el cual Duque romperá conversaciones) o los operativos paramilitares que Chávez le endilgaba a Álvaro Uribe.

Claro que Duque actúa por convicción y que esa fue su bandera electoral. Pero en vez de aliviarnos, esta mezcla de ingenuidad e ideología debería prender las alarmas:

-El discurso ideológico sirvió para evitar que Petro “nos convirtiera en otra Venezuela”, pero no sirve para tumbar a Maduro.

-La ingenuidad es esperar que la “comunidad internacional” (léase Trump o España, o la UE, o la OEA, o los vecinos de América del Sur) se jugará con Duque y sus propuestas de repartirse los migrantes, crear un fondo de solidaridad con Colombia, redestinar sus aportes para la paz y no dejarnos solos ni olvidarse de esta crisis cuando otra crisis los llame a otros asuntos.

Cuando los riesgos son tan altos y es tan poco lo que se puede hacer, un gobernante sereno y competente opta por la diplomacia del silencio, por hablar poco y hacer muchas gestiones conciliatorias que minimicen al menos los daños más extremos.

Pero Colombia tiene un presidente de convicciones firmes y competencia que no fue comprobada por quienes lo eligieron.

* Director de la revista digital “Razón Pública”.

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