Aunque la semana pasada ya se escribió mucho sobre el tema, no quería dejar pasar esta oportunidad para expresarle a Jineth Bedoya, en calidad de colombiano, mi apoyo incondicional.
Me gustaría expresarle a la periodista que, como bien lo ha podido notar en estos últimos días, somos muchos los que no estamos de acuerdo y repudiamos la postura de los representantes de ese terrorífico personaje llamado estado. Ese personaje que deberíamos escribir con mayúscula, pero que en casos como este no merece ni siquiera eso. Cuando nuestro estado se porta mal no merece la más mínima consideración, no merece ser defendido, no merece nada porque en el fondo no es nada más que un estúpido sustantivo detrás del cual se esconden las acciones nefastas de personajes de carne y hueso.
Sentado frente a la pantalla, escucho un par de veces la perorata del personaje que, sentado frente a otra pantalla, dice estar defendiendo los intereses de nuestro estado en el caso de Jineth Bedoya. El video termina y no dejo de salir de mi asombro: la postura mezquina y miserable de alguien que dice estar hablando en nombre del estado, pero que en el fondo está representando claramente los intereses personales de unos cuantos.
En ese par de minutos, poco importa si la dignidad del estado queda por el piso. De todas maneras, como algunos no quieren que se haga justicia con la periodista, el estado toma la forma de un ente volátil, gaseoso y por supuesto irresponsable. Midiendo las proporciones (aunque no sé hasta qué punto realmente), el texto y la postura del representante del estado colombiano en ese video me hicieron pensar en el salvaje ese de Jorge Videla cuando al preguntarle por los desaparecidos decía, con total desfachatez y ruindad, que era imposible hablar de algo que por definición no existía.
¿Por qué no querer reconocer algo tan evidente y que tanto daño le está haciendo a una sociedad tan violenta y machista como la nuestra? Cada uno de nosotros puede sacar sus propias conclusiones si se examina el contexto histórico del momento en el que sucedieron los hechos y lo que significaría aceptar, así sea a nombre del estado, esas culpas. Estos hechos han sido una constante en nuestra historia reciente, como sucedió por ejemplo en Bojayá, y nada se ha podido hacer para evitarlo. No hace mucho ese mismo estado, “representado” por siete militares, violó (violaron) a una niña de la comunidad embera.
¡Pero qué más da! Lo que le indigna al representante del estado es la actitud humana de los jueces y no cómo algunos de nuestros gobernantes, de la mano con ciertas instituciones, han tomado al estado como la disculpa perfecta para hacer correr verdaderos ríos de sangre con total impunidad. Lo sucedido la semana pasada es una muestra más de que las cosas no han cambiado y de que nuestro estado, en su estado actual, no ofrece las garantías para proteger a sus ciudadanos y tampoco tiene la intención de construir paz. En pocas palabras, nuestro estado apesta.
Lo que ha sucedido no es anodino. Es un símbolo de lo que significa el poder de unos cuantos sobre toda una sociedad y el desinterés absoluto por nuestro bienestar. Con posturas guerreristas y leguleyas como esta, no sorprende que sigan las amenazas contra la periodista y su familia. No sorprende que no seamos capaces de reparar los daños ocasionados en otros tiempos. No sorprende que el futuro no parezca muy prometedor para las nuevas generaciones. Con posturas así, el estado da miedo y los que lo manejan a sus anchas aún más. Pese a todo: ¡No es hora de callar! y el valor de Jineth Bedoya y de su madre enaltecen el nombre de nuestro triste país.
@jfcarrillog