El 3 de octubre de 2019 publiqué una columna en este diario en la que anotaba que Claudia López era bogotana de clase media, hecha a puro pulso en actividades públicas y académicas, con un buen número de seguidores, que aspiraba a administrar una ciudad compleja. En medio de un crecimiento sostenido de su población, Bogotá alberga habitantes provenientes de todos los rincones de un país con el territorio relativamente más complejo de la región.
Claudia ha sido funcionaria local, investigadora y congresista destacada, actividades mezcladas con una formación académica que culminó en doctorado. Sus críticos se apoyan en su personalidad frentera y con voz alta, que fastidia a quienes no les conviene la verdad abierta o les molesta la franqueza cruda. Sus seguidores valoran sus cualidades y su lucha contra la corrupción. Entre sus detractores predominan machistas abiertos y solapados.
En Claudia sobresalen su transparencia y honestidad a toda prueba, cualidades que, unidas a sus capacidades intelectuales, administrativas y políticas, garantizan una orientación adecuada para los innumerables problemas de una ciudad cuyos últimos mandatarios han exhibido sus falencias.
A Claudia le tocó manejar una situación inédita con el COVID-19, en medio de los grandes problemas de la ciudad, con enormes localidades —algunas, antiguos municipios pequeños y apartados, y otras que eran potreros—, tres de ellas con cerca de un millón de habitantes y otras con más del medio millón. Barrios de invasión con inmigrantes producto de las violencias de las últimas décadas y miles de familias en la miseria que sobreviven del rebusque.
Bogotá es un enredo en sus relaciones políticas, con liderazgos en permanente competencia y muchos de ellos sin mesura para utilizar lo que se les atraviese, así sea a punta de mentiras, calumnias, chanchullos y corruptelas.
Con numerosos ensayos y errores causados por inéditos problemas, en medio de un gobierno nacional regido por un inexperto mandatario nominado por el “presidente eterno”, a la alcaldesa le tocó afrontar muchas tareas diarias, sin pausas de descanso. Por recomendación de personas cercanas, en aras de su estabilidad física, mental y emocional, decidió tomarse unos pocos días de respiro con autorización presidencial, pero tuvo que interrumpirlos ante las críticas que le llovieron por toda clase de oportunistas.
Políticos en busca de protagonismo, contradictores partidistas, machistas de ambos sexos y medios de comunicación, entre otros, la presionaron con sus críticas. Incluso, surgió la petición de firmas para la revocatoria de su mandato. La alcaldesa decidió regresar a Bogotá el 5 de enero, a los pocos días de haber salido. En este drama cabe mencionar a la “nueva” revista Semana, que se equivocó una vez más al dedicar su portada a este episodio: una caricatura de la alcaldesa con maleta de viaje, con un título sobresaliente: “Claudia se equivocó”, y el artículo central escrito de tal manera que “disimulara” el objetivo de desacreditarla.
Pero ella seguirá siempre firme en sus labores, como lo ha hecho a lo largo de su productiva vida.