La asfixia de ritos

Arturo Guerrero
18 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

La religión occidental, desde hace 2.000 años, y las revoluciones obreras, desde hace 250, han agotado hasta el límite los ritos de los pueblos. Los ritos son necesarios pero el abuso los vuelve chatos, inofensivos y sumamente aburridos. ¡Una lata!

Hay ritos para todo, para nacer, para crecer, para llegar a la adolescencia, para graduarse de estudios, para casarse, para cumplir años, para el chillido del fútbol, para celebrar aniversarios y éxitos, para morirse. También hay ritos para protestar, cuando las cosas no agradan o cuando la injusticia muerde.

Es tradicional en esos momentos cantar o llorar, emborracharse o rezar, escuchar sermones y arengas, tomarse las calles o los templos, traer a la memoria textos escritos por profetas o salvadores colectivos. Los hombres necesitamos conmemorar los hechos que se salen de lo rutinario, gritar el dolor o la emoción.

El inconveniente llega cuando los ritos se vuelven fórmulas repetidas que excitan bostezos. Bautizos, matrimonios, entierros, ocasiones cumbre de cualquier vida, fueron capitalizados por predicadores y celebrantes que de forma astuta instalaron su letanía ante audiencias cautivas por fuerza de los ciclos biológicos.

No hay ser que escape de la conmoción originada en semejantes fechas. Ningún mortal deja de estremecerse ante esas estaciones ineludibles que juntan el tiempo con la eternidad y la vida ordinaria con el misterio.

Pero cuando la receta proporcionada es la misma desde la Edad Media, desde cuando el mundo era una cruz y unas sandalias, los rezos no aguantan. Los familiares asisten por miedo atávico o por hipocresía de modales, y se hastían de tanto tiempo perdido.

Marchas, plantones, discursos políticamente correctos, gases, piedra, huelgas de hambre, puños en alto, pancartas, consignas rugientes: estas son las liturgias envejecidas por partidos y sindicatos. Les ha ocurrido lo mismo que a los sacramentos de hostia y sotana. De tanto abusar de los signos, ya no convencen ni ganan adeptos ni multiplican entusiasmos.

El lenguaje es la primera víctima de estos aspavientos mustios. La dignidad del verbo encantado es usurpada por los lugares comunes, por la molienda de palabras desnutridas. Las consignas se vuelven plegarias, a duras penas llegan a mantras para anestesiar la atención y la emoción.

Tanto a las iglesias como a los que protestan se les secó la más brillante de las facultades del hombre, la imaginación. Se echaron a dormir en la poltrona de los siglos y ultrajaron la alegría, la esperanza, incluso el miedo a lo desconocido. Hoy son apenas balbuceos sin mensaje, gesticulaciones que ni asustan al diablo ni excitan la fiesta.

De esta manera se convirtieron en estorbos, o para el tiempo útil de la parentela o para la movilidad de las calles. Estudiantes, maestros, campesinos, toda clase de malqueridos por los gobiernos, fastidian con las manifestaciones a sus conciudadanos en lugar de atraer su solidaridad. Igual pasa con los deudos, comprometidos por el qué dirán.

Nuevos ritos solicita este tiempo sin ritos.

arturoguerreror@gmail.com

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