La Bella Otero: seducción y poder

Mauricio Rubio
29 de octubre de 2020 - 03:00 a. m.

Un ejemplo paradigmático del ilimitado alcance de la seducción es extremo, arbitrario e irrepetible. Pero no deja de ser ilustrativo. El personaje, símbolo de la Belle Époque, se llamó Agustina, luego Carolina, pero se inmortalizó como la Bella Otero sin ser particularmente hermosa.

Su insólita carrera la resume bien una escena el 4 de noviembre de 1898. En una habitación del lujoso Hotel Casino París en Montecarlo, se reunieron con ella varios miembros de la realeza europea. Asistieron el zar Nicolás II de Rusia, Leopoldo II de Bélgica, Eduardo de Gales —heredero de la reina Victoria— Alberto I de Mónaco y Nicolás de Montenegro. El propósito de tan exclusiva cumbre: celebrarle los 30 años a la Bella Otero, amante de todos ellos.

Hija de una madre soltera con siete hijos de distinto padre, Agustina Otero fue violada a los 11 años por el zapatero de Valga, un pequeño pueblo de Galicia. Sin haber pasado un solo día por la escuela, se fugó a los 14 años con Paco Colli, un vividor catalán que fue su amante, su maestro de danza y su proxeneta. En algún momento, Paco cometió el error de enamorarse, proponerle matrimonio y, según ella, estropearlo todo. De todas maneras, siguió actuando en cabarets de mala muerte y atendiendo los clientes que él le conseguía. Paco se preocupó por buscarlos cada vez más pudientes. A los pocos años, cuando las cosas parecían marchar, insistió en convencerla de que dejara el oficio. Él ya podría mantenerla, pero ella se negó de nuevo. En Montpellier ya había recibido una buena oferta matrimonial de un industrial de Lyon y la había rechazado. Fue en esas andanzas que, en Marsella, conoció a quien crearía una leyenda a su alrededor.

Ernest Jurgens, un nativo de Chicago y empresario del espectáculo en Nueva York, tenía 36 años, estaba casado y con tres hijos cuando quedó cautivado por Carolina. En la Petite Poupée, salió al escenario la mujer más deseable que había visto y que cambiaría su vida. Esa misma noche ya estaba en su cama. Aunque la Otero diría después que fue gracias a sus dotes para el baile que conquistó a Jurgens, lo que realmente impresionó al empresario, con olfato y experiencia, fue la manera como, a pesar de su desempeño mediocre en el escenario, lograba tal impacto en los hombres que la observaban. Desde que la vio cayó locamente enamorado. Carolina tenía, en dosis descomunales, verdadero sex appeal.

La Otero, desprendida desde niña, no tuvo reato para cambiar a Paco por Jurgens, quien se la llevó para París. Allí la presentó al maestro Bellini, uno de los más afamados directores de music hall de Europa. Le pidió que preparara en un par de meses a su amada para lanzarla en Nueva York. Con mucha franqueza, Bellini, tal vez homosexual, le dijo que no se podría, ni en un año ni tal vez nunca. “No sabe bailar, no sabe cantar y no tiene estilo”. Ese crudo pesimismo no desanimó a Jurgens. Contrató al maestro, no con fondos de la compañía, que tenía más socios, sino con sus propios recursos. Gracias a Jurgens y Bellini, se empezaron a crear mitos alrededor de Carolina, esa misteriosa bailarina española. Se dijo que era una condesa andaluza; la hija secreta de Eugenia, la emperatriz de Portugal; que se había escapado de un harem turco. Bellini armó un grupo de 14 personas para apoyar a Carolina. Todas cantaban y bailaban mejor que ella. Un famoso escenógrafo que la entrevistó diría: “Todo lo que hay que hacer es raspar con una navaja la superficie para quedar al frente de una descontrolada y lujuriosa pantera en celo”.

Al llegar a Nueva York, los mitos alrededor de la diva se consolidaron. Jurgens había invertido toda su riqueza personal e hipotecado su casa para financiar la formación de Carolina y montar el primer espectáculo. El debut fue un éxito impresionante. En contra de los temores de Bellini y como lo intuyó Jurgens, todos quedaron cautivados. “Baila con vigor y abandono. Todos sus músculos se coordinan y sus contorsiones son maravillosas”. Tan sólo algunos conocedores —probablemente gais— señalaron sus debilidades. Uno de los principales críticos de espectáculos anotó someramente: “Anoche vimos cantar y oímos bailar a la señorita Otero”.

Luego de tres semanas en la Gran Manzana, el multimillonario William Vanderbilt la invitó a cenar. A la primera cita le llevó un brazalete de diamantes en forma de serpiente. El romance duraría años. También en Nueva York, la Bella inspiró un poema de José Martí. Al volver a Europa, se cree que fue amante de Gaudí y de Gustave Eiffel. Con más de 50 años, calmaba los bríos de Aristide Briand, político francés precursor de la unidad europea y tan aficionado al placer como ella. Continúa...

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Atenas(06773)29 de octubre de 2020 - 02:02 p. m.
Pues admirable si es la historia de quien tan pasada por las armas a todos los hombres q' se le cruzaban inermes dejaba, y q' sin importarles lo 'república' ( por aquello de q' si pública es la mujer q' por pu .... es conocida, república tiene q' ser la pu...más corrompida) q' aquella hubiese sido, con todos los demás y extraños encantos soberano parche ponía donde ya no servía la lejía.
María(6115)29 de octubre de 2020 - 12:20 p. m.
Pues a las mujeres sí nos produce por lo menos curiosidad conocer qué despertaba tan tremendas pasiones.
name(61569)29 de octubre de 2020 - 05:21 p. m.
"De ciertas damas" es libro estupendo, escrito por Carlos Lleras Restrepo, el último estadista que ha tenido Colombia, . Messalina, Lucrecia Borgia, Claretta, la amante de Mussolini, y la Bella Otero, entre otras, desfilan por sus brillantes páginas. Deliciosa lectura.
Juan(67605)29 de octubre de 2020 - 11:59 a. m.
La columna de hoy es firme candidata al Premio Anual de Opiniones Inútiles. Congratulaciones.
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