La caída de los reyes divinos

Oscar Guardiola-Rivera
02 de octubre de 2019 - 02:00 a. m.

Al ser preguntado por el significado último de Brexit y la crisis causada por éste, el legendario músico y escritor británico Billy Bragg respondió: “Sin igualdad, la libertad de expresión no es más que un privilegio injustificado. Pero sin transparencia la libertad de expresión es la más peligrosa de las libertades pues equivale a impunidad. Es lo que hemos visto en Donald Trump y Boris Johnson; son líderes que buscan actuar impunemente. El último líder que actuó de esta manera en nuestro país fue el Carlos I. Y le cortamos la cabeza”. Bragg es una suerte de Bob Dylan británico, cantautor y poeta. Ello no quiere decir que sea incapaz de tomar posición. Su posición respecto al Brexit no solo es clara. También es aclaradora: “El voto [por Brexit] se concentró en Inglaterra. En Escocia la mayoría votó en contra. Gales votó a favor, pero en áreas donde predominan los inmigrantes ingleses”. Bragg expresó simpatía con los ingleses que se quejan de su silenciamiento y escasa representatividad, en particular quienes en las periferias de las grandes ciudades inglesas han sido abandonados a su suerte por la desterritorialización de la economía financiera. Pero condena el nacionalismo inglés. Entiende el Brexit como un resultado del colonialismo interno, o la internalización del colonialismo externo que facilitó la revolución industrial y el desarrollo de ciudades grandes e intermedias como Londres, Bristol o Manchester sobre las espaldas de esclavos Afro-Caribeños, el poco “libre mercado” practicado en la India, África y las Américas. También el predominio de los financistas de la City. Son ellos y los billonarios cuyos capitales no conocen patria alguna, quienes financian el patriotismo de políticos que recién han descubierto sus lealtades anglo-nacionalistas, sea por oportunismo o en reacción ansiosa tras la pérdida de una grandeza que nunca existió, como Nigel Farage y Johnson. Guardadas las proporciones, el fenómeno es similar en las Américas: Trump, el nacionalismo restaurador de Bolsonaro, el de Uribe y el tradicionalismo anti-bolivariano entre nosotros. Todos ellos corresponden a intentos por parte de élites deseosas de que ellos o sus capitales escapen a los confines populares y los intereses colectivos. Por eso proclaman su propiedad sobre el Amazonas o las tierras saqueadas durante las guerras que ellos han incitado o mantenido. Todos ellos quieren actuar con impunidad. Respecto de todos ellos, Bragg expresa el enunciado más controversial durante la entrevista: “Y le cortamos la cabeza”. No se trata de una invitación al regicidio, sino más bien una referencia al conflicto permanente entre quienes se creen el rey y su pueblo. El punto no es contentarse con establecer el lugar de la soberanía —¿monárquica?, ¿popular?— sino poner a la soberanía en su sitio: siempre contestada, siempre cuestionada desde dentro. Ese antagonismo entre el rey y su pueblo antecede a la guerra internacional y la división entre amigos y enemigos.

 

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