La caza de los pilotos

Javier Ortiz Cassiani
04 de marzo de 2018 - 05:30 a. m.

Una vez la Corte Suprema de Justicia concluyó que la huelga de los pilotos de Avianca era ilegal, Germán Efromovich sintió que tenía licencia para iniciar la voraz persecución.

La aerolínea adelanta procesos disciplinarios que, a la fecha, han significado el despido de 91 pilotos. Uno de los primeros en ser sancionado fue el capitán Jaime Hernández Sierra, presidente de la Acdac, Asociación Colombiana de Aviadores Civiles, y rostro visible que lideró con templanza el paro. Así, una de las figuras principales de la huelga fue despedida sin importar todos los años de servicio ni su intachable carrera profesional. Tampoco hubo consideración alguna con el resto de pilotos y copilotos; todos fueron lanzados a la calle después de controvertidas audiencias llenas de irregularidades. No se trata de una masacre laboral cualquiera, es el ataque directo a la organización sindical. Es, sin duda, una maniobra ejemplarizante para el resto de las organizaciones sindicales colombianas y para la lucha por los derechos de los trabajadores.

Las audiencias han sido humillantes, no se ha respetado el debido proceso, algunos pilotos se han visto obligados a entrar sin sus abogados y muchas pruebas han sido tan débiles como fotografías sacadas de redes sociales. La empresa ha llegado a extremos tales que se sabe de casos en los que despidieron a personas que demostraron que ni siquiera hicieron parte del paro. Aquí ha quedado en evidencia la desequilibrada relación entre el patrón y sus empleados. Los que no han sido despedidos viven esta dramática situación en medio de contradicciones, les respiran en la nuca, ven cómo despiden injustamente a sus compañeros y tienen que subirse a un avión y volar, y nosotros volamos con ellos. Podemos llamarlo estrés laboral o régimen del terror, pero lo que está pasando tras las puertas de Avianca pone en riesgo la vida de los usuarios.

Uno puede volver al pliego de peticiones de los pilotos y entender que lo que pedían era un trato igualitario en relación con otros pilotos de la misma empresa en otros países de Latinoamérica, pero eso a nadie le importó. Esto es Colombia. Aquí la Corte consideró que Avianca prestaba un servicio público esencial y que, por tanto, los pilotos no podían parar la operación. La calidad de servicio público es cuestionable en una empresa que sube las tarifas a su antojo, sobrevende vuelos y cancela rutas sin previo aviso si se le antoja.

Los pilotos despedidos de Avianca encontrarán fácilmente empleo en aerolíneas de países como China, Vietnam y Emiratos Árabes, pero lo que está ocurriendo en Colombia es una tragedia. Algunos piensan que Efromovich no se detendrá allí, después de su aleccionante actuación irá por la personería jurídica del sindicato, hasta desaparecerlo completamente. Se acomodará con un sindicato patronal, como muchas otras prósperas empresas colombianas, y seguirá amasando su fortuna sin obstáculos.

Se están llevando a cabo 240 procesos disciplinarios sin garantías, mientras algunas mentes ingenuas defienden la idea de que Avianca es la empresa de los colombianos. Tienen desdibujados los límites entre lo público y lo privado. Los que sí son indiscutiblemente colombianos son los pilotos y los copilotos que están masacrando, a los que estamos dejando solos.

 

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