NO SOY HOMBRE DE LA RED NI DE LOS modernos sistemas. Me adapto un poco porque es el vestido que hay que ponerse. Soy anticuado como de igual manera van a serlo los más modernos de hoy. Nada hay más antiguo que la época que se vive, cuando se atraviesa el pensamiento de las edades que vendrán.
Es importante en cada tiempo no ser ridículo. Pero es difícil no parecerlo en un futuro lejano: nuestra ropa, nuestras costumbres, nuestros autos a gasolina y petróleo, nuestros vuelos, portentosos por la pesantez de las naves que estas generaciones han colocado en el aire y en el mar, las elucubraciones filosóficas y morales. Todo será mejorado o revaluado, al paso que todo va siendo nuevo y antiguo en un cerrar de ojos.
Algo perdido en este instante histórico de las comunicaciones ha sido la confidencialidad. Los grandes secretos militares, la maliciosa urdimbre de los subversivos, son descubiertos por los empíricos del uso, que no de la fabricación de los instrumentos actuales.
Han caído ahora los Estados Unidos de Norteamérica; han caído justamente en la red de los llamados hackers de la red. Del mismo modo que uno pierde su liviana correspondencia, anodina por lo demás, como pude perderla en los primeros meses del año, así mismo las voces de doña Hillary se escuchan por el mundo con desobligantes frases para muchos jefes de Estado.
Es difícil explicar una frase irónica, restarle significado a un pensamiento expresado con desentono y con la complicidad de un colaborador confidencial. El daño queda hecho y la diplomacia subsiguiente será embarazosa.
Que los más avezados en la técnica informática y los más maliciosos, por lo clandestino de sus acciones, hayan venido cayendo, uno tras otro, en poder de supertécnicos espontáneos, demuestra lo poco confiable del sistema, que constituye el gran avance de la modernidad. Su servicio, por supuesto, es insustituible y para sus aficionados y fanáticos, inmejorable.
Corolario: No amo la red, pese a sus enormes ventajas de información y comunicación. Pero me sirvo de ella en módica medida, porque la época anterior ya precluyó. Pero la red trajo inseguridad en la reserva, infidencias, como se ha visto, hasta de los secretos de Estado. Y trajo, lo que para Lorenzo es insufrible, la más áspera vulgaridad y el insulto anónimo, no controlado —quizás incontrolable— por los medios.
Hay quienes gozan con la caída de la información secreta de los Estados Unidos; también debió haberlos, que gozaron con la caída de la Torres Gemelas. Son amigos, en cambio, de los neosocialistas del XXI, el lenguaje de cuyos líderes es tan agresivo y procaz, en contra de otros jefes de Estado que es, en cierta forma, transparente por ser el tipo de diplomacia —antinómica— que manejan. Ni para qué encriptarla, si está a la luz del día.