La corrupción, personaje del año

Hernando Gómez Buendía
24 de diciembre de 2017 - 05:45 a. m.

Este iba a ser el año de la paz, pero fue el año de la corrupción. O por lo menos, de su descubrimiento como el problema principal de Colombia.

Después de medio siglo de conflicto armado y de cuatro gobiernos que se fueron en acabar las Farc, los colombianos estamos descubriendo que la guerra sirvió para tapar otros males, y que la corrupción era el más obvio de ellos.

Por eso el personaje del año no fue el fiscal, ni los líderes sociales, ni Rigoberto Urán: fue la corrupción. O más precisamente: el rosario de escándalos que produjo una cascada de investigaciones, unas pocas condenas judiciales, un diagnóstico superficial y parcializado, un montón de discursos y de remedios propuestos que en realidad no servirían de nada.

A la cabeza del rosario estuvieron los escándalos de Odebrecht y de la Corte Suprema, seguidos por Reficar y Ecopetrol, por los “carteles” de jueces y fiscales, de la salud (la hemofilia, las cirugías plásticas, el caso Medimás) o la seguridad social (las cesantías, los abuelos, la alimentación escolar…), y el saqueo continuado de entidades públicas (Llanopetrol, Electricaribe, Coljuegos, Usipec…), para rematar con las noticias navideñas de la Cancillería o la reconstrucción de Gramalote.

Por eso la corrupción fue el tema de este año. El 71 % de los encuestados dijo que este era el principal problema del país, la consulta anticorrupción de Claudia López recogió más de cuatro millones de firmas y la Contraloría descubrió que este mal nos cuesta el 4 % del producto anual.

También por eso el fiscal, el procurador y el contralor lanzaron una “cruzada” contra la corrupción, que hasta ahora incluiría algo así como 300 investigaciones y un centenar de funcionarios que están siendo procesados, han sido capturados o fueron condenados, incluyendo a tres senadores, un expresidente de la Corte Suprema, un ex vice ministro de Transporte y un exjefe de la Unidad Anticorrupción.

Pero vienen los peros.

—Algunos peros son obvios aunque difíciles de evaluar: ¿acaso el centenar de procesados son apenas la punta de un iceberg de millares de corruptos entre los 1,2 millones de funcionarios públicos que tenemos?, o ¿acaso más del 90 % de las investigaciones judiciales en Colombia no paran en nada?

—Otros peros suenan maliciosos pero no son descabellados: ¿acaso el contralor, el procurador y el fiscal no tienen ambiciones políticas, no buscan ser populares, ni son amigos de algún candidato?, ¿acaso investigaron al presidente Santos?

—Hay otro pero que es sencillamente deprimente: los dos grandes escándalos (Odebrecht y la Corte Suprema) fueron destapados por Estados Unidos, o sea que la poca justicia que tenemos nos viene desde afuera.

—El diagnóstico ha sido muy superficial porque se queda en que hay políticos corruptos, sin preguntar por qué la mayoría de los colombianos vota por políticos corruptos. Y es muy parcializado porque no ve la megacorrupción que implica un Estado rentista para los grandes empresarios, ni ve la corrupción de los propios periodistas que denuncian mientras se tapan los unos a los otros.

—Y el mayor de los peros: que, fuera de discursos, los remedios propuestos son medidas legales que si funcionaran ya habrían acabado la corrupción en el mundo, y que no pueden funcionar en un país donde la corrupción es la forma de gobierno y la única manera de amasar una fortuna.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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