La “derechización” criolla

Santiago Gamboa
23 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

Es el país que la mayoría de votantes quería, qué le vamos a hacer. Una hermosa nación de derecha donde todos se sienten seguros, representados, orgullosos de ser colombianos. Qué viva Colombia, carajo. Un país que después de 50 años de sufrimientos ha decidido suprimir la memoria. Ahora que el Centro de Memoria Histórica está en sus pulcras manos ya no habremos vivido un largo conflicto. No, señor. Hemos sido víctimas de una amenaza terrorista, que es muy distinto. Eso se llama corregir la Historia desde el léxico. ¡Genial idea! La palabra “conflicto” quedó suprimida del diccionario. Sin conflicto no hay razones históricas ni sociológicas del conflicto. Sin conflicto no hay realidad conflictiva. Sólo buenos y malos, y, claro, los buenos son ellos. Siempre lo han sido.

Una solución parecida a la que Carrasquilla, el supermillonario ministro de Hacienda, encontró para la economía del país: ahora el que gana $450.000 ya no es pobre, no, señor. ¡Es de clase media! Qué brillante solución para la pobreza. De ese modo increíble, la sociedad colombiana es mayoritariamente de clase media, como la de Noruega y la de Suecia. ¿Por qué no se le había ocurrido a nadie antes? Ya que cambiar la realidad es tan difícil y comporta una serie de concesiones, mejor cambiemos las palabras que la definen, que es más fácil y mucho más efectivo. Como la palabra “presidente”, por ejemplo. ¿Quién es el presidente de este país? Ese muchacho sonriente y regordete que toca guitarra y hace cabecitas ¿es de verdad nuestro presidente? Los latifundistas y ganaderos y empresarios a los que él debe reportar han decidido que así sea, pero él, cuando no tiene un guion escrito delante de los ojos, prefiere pensar en los siete enanitos y en las canciones de Maluma, que es la realidad que sí comprende. Igual que la vicepresidenta, que cree que el embarazo juvenil se debe a que los muchachos tienen demasiado tiempo libre, vacaciones muy largas.

Así somos, pero según ellos estamos mejorando. Y no es para menos. Esta gran nación de derecha, por ejemplo, ha logrado que también los pobres se vuelvan de derecha y sean los más aguerridos luchadores contra la educación gratuita, que huele a castrochavismo y a Venezuela; o contra la salud pública gratuita, que es una idea de comunistas y terroristas. Aquí nadie quiere un sistema de salud o de educación como los que tienen Francia o Noruega o Suecia, no, señor. Aquí lo que nos gusta es que la educación sea cara y sólo para los que puedan pagarla. O que sea una limosna del Estado. Sólo así nos gusta. Por eso es que, en este hermoso país, el único voto de opinión es el de los pobres, que votan por lo que no les conviene.

La justicia es un cuento aparte. Por eso tenemos un excelente fiscal que protege los intereses del hombre más rico del país, el doctor Sarmiento Angulo, y del doctor Uribe, que tiene centenares de procesos por paramilitarismo congelados y a su hermano, don Santiago Uribe, en esa criolla figura de “hacienda por cárcel” a la espera de que sus delitos prescriban. La única conclusión posible es que estamos mejorando y que somos cada día más felices, ¿no es algo evidente en nuestra bella nación de derecha?

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