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La “E” inclusiva

Alberto López de Mesa
03 de agosto de 2020 - 08:09 p. m.

Mis amigas, de diferentes generaciones, asumen con impavidez y dignidad su identidad de género, defienden derechos de las mujeres, varias son activistas de alguna de las tendencias feministas. Con sincera humildad agradezco a las amigas que me hayan corregido asomos de balurdo machismo; sus increpaciones han purgado mi espíritu de atavismos patriarcales y consecuente he acompañado manifestaciones en defensa de los derechos de las mujer.

Hago está salvedad previendo que se me tilde de varonero al exponer aquí mi criterio sobre los modismos idiomáticos promulgados por cierta corriente del feminismo, empeñadas en depurar toda inmanencia sexista de los idiomas. La verdad, reacciono con estupefacción porque ya es frecuente, en seminarios y encuentros, escuchar parlamentos como este:

“Desde niñes todes nosotres, como alumnes en les colegies, aprendemes de nuestres maestres la mentalidad patriarcal…”.

Dado que soy escritor y mi instinto literario me impide asumir tal dialecto, quienes lo usan me hacen sentir anticuado, quizá me tachan de androcentrista.

Supe que en los años 70 se inició en Norteamérica la disputa por evitar el sesgo hacia el género masculino en el idioma, presionando el abandono del pronombre “he” referido a personas de género indeterminado. En Hispanoamérica fueron las feministas argentinas quienes asumieron con mayor entusiasmo el alboroto lingüístico, acaso porque las migraciones de ingleses, italianos, alemanes y franceses, hace que sus gentes no se apeguen a los cánones de la gramática de la lengua madre.

Lo incluyente consiste en asexuar sustantivos y preposiciones que determinen roles o profesiones, básicamente remplazando la letra O por la E, también se usa en escritos las impronunciables X y el signo @. Este recurso me recuerda las jerigonzas que en tiempos escolares usábamos como códigos secretos.

El idioma español tiene palabras en femenino de gran belleza y profundo significado como: la poesía, la libertad, la noche, la justicia, la verdad, la democracia, eso me lleva a preguntar si no sería un triunfo más contundente del feminismo el luchar porque dejen de ser femeninas palabras tremendas como: la guerra, la muerte, la corrupción, la codicia, la maldad, la mentira, la idiotez. Si lograran tal proeza todo el idioma rendiría justo culto al género hembra. No quiero meterme en vericuetos semiológicos ni alegatos gramaticales, entre otras cosas porque no es que confíe del todo en la asertividad de la RAE. Me parece pudor excluyente el que aún en los diccionarios la palabra vulva sea la denominación formal de la parte externa de la vagina, no obstante esquivada por poetas y más por los amantes que prefieren las populares crica, chimba, coño, cuca, o la sonrisa vertical como le puso una editorial erótica. Pero las luchas feministas por quitar los rezagos patriarcales del lenguaje recurren a lo fácil porque son propuestas de mujeres políticas y no de mujeres poetas.

Estoy seguro que a fuerza de la costumbre se terminarán incluyendo en el idioma algunas expresiones que contradicen la ortodoxia gramatical como “presidenta”, porque su sonoridad no desagrada, en cambio suenan horribles “la gerenta y la estudianta”.

Los idiomas son organismos vivos resultantes del mestizaje, de la interculturación, procesos en los que se reproducen, casi siempre con violencia, las cosmovisiones de oriundos e invasores. Cuando Cervantes escribe el Quijote, tuvo que incluir dichos y palabras dispersas en el habla de tribus y comunidades que convivían en la península, decires árabes, egipcios, griegos, celtas, vándalos y mucho del latín que impuso el imperio Romano. La conquista de América enriqueció con nuevos nombres e imágenes todos los idiomas del mundo, también lo hicieron las guerras mundiales, enseguida la globalización del mercado y las comunicaciones y ahora, gracias a la participación democrática conquistada por las feministas, por las minorías étnicas, por las comunidades gay, entre otros sectores antes marginadas y excluidos del goce de derechos, a fuerza de revueltas y demandas, así como han lograda que las Constituciones admitan la liberada de culto, el derecho al libre desarrollo de la personalidad, el derecho a elegir la identidad sexual, también demandan su reconocimiento en el lenguaje. Por ese camino la cultura ya diferencia y acepta no solo como adjetivo sino como ser social a: homosexuales, heterosexuales, bisexuales, hombres madres, mujeres ajenas a la maternidad. Todo este universo de expresiones legítimas, por su puesto que traen consigo nuevos términos que de la mejor manera han de ser acogidas por el idioma oficial

Yo todavía no interiorizo las palabrejas que los tecnócratas asumen con vanidad: show room, hardware, software, youtuber, cluster, accesar, megas. Cada vez me sorprenden neologismos como “poliamor”, también que las palabras marica y lesbiana para muchos ya son ofensivas.

Lo que me tranquiliza de todos los zaperocos incluyentes es que el paso para la adopción de modismos y palabras en los idiomas pasa por el sentido de lo estético, así que serán los artistas que en el cine, en las canciones, en el teatro, en la literatura sabrán adoptar palabras y dichos otorgándoles su justa lógica y su necesaria belleza.

 

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