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El Caminante

La edad de las piedras

Fernando Araújo Vélez
15 de agosto de 2020 - 11:19 p. m.

Fui transitando la vida y coleccionando momentos a punta de piedras, y de piedra en piedra fui construyendo diminutas novelas con sus aún más diminutos personajes, que eran piedras más pequeñas, por supuesto, y allí en aquel poblado y con sus pobladores discurría y ocurría la vida. La piedra triangular odiaba a la redonda por una vieja cuenta jamás saldada, y la redonda a la ovalada porque esta amaba a la cuadrada. Había venganzas, amenazas, robos, infidelidades, y hasta un teatro hecho de piedras en el que las piedras más creativas, y las más profundas también, recitaban o interpretaban a Shakespeare. De piedra en piedra jugué diferentes juegos que a veces parecían baloncesto, a veces béisbol, carreras a campo traviesa o ajedrez. Y si perdía o ganaba me importaba bien poco, pues lo importante era jugar, y que las piedras rivales fueran vida.

Desde que me recuerdo, me recuerdo pateando piedras. Unas más grandes que otras, unas más lisas, más veloces. Otras, más ariscas e impredecibles. Gasté zapatos de todos los colores creyendo que las piedras eran pelotas de fútbol, y que los andenes eran El Maracaná, y hace poco sentí que resucitaba por un texto del columnista Juan Carlos Rodas que escribía y describía el andar solitario de un niño de la calle con su balón azul, yendo de calle en calle en busca de alguien que le devolviera una pared imaginaria, que era como decir, de alguien que conversara en clave de fútbol con él. Las piedras eran mi propia clave de fútbol, y alguna vez, un viernes cualquiera ya casi de noche, logré mantener una en el aire a punta de mágicos toques por más de diez segundos, tic-tac, tic-tac, como Maradona cuando le lanzaron una mandarina en El Campín 25 años atrás.

Piedras balón, piedras bola de béisbol, piedras como fichas para una partida de póker, piedras como platos que iban dando brincos en la superficie de un lago cuando uno aprendía a arrojarlas de costado, piedras como armas ante el posible atraco de cualquier forajido, y piedras como única defensa ante el exceso de fuerza y de autoridad de la Policía cuando las universidades olían a pólvora, para recordar a Octavio Paz. Piedras de colores que a solas y en conjunto armaban un paisaje, piedras de las que salía música cuando uno buscaba sonidos y ritmos, y piedras que formaban palabras y frases de amor para aquellos primeros amores, y piedras para jugar a la Rayuela y llegar alguna vez a un cielo, y piedras que algún mago hacía aparecer de la nada, y que un malabarista de circo de pueblo transformaba en asuntos de vida o de muerte.

Tantas piedras que marcaron mi vida durante tantos años de un tiempo que ya parece la edad de piedra.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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