"La Fortaleza"

Beatriz Vanegas Athías
04 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

El sábado fui con dos amigas a ver –leer– la película La Fortaleza. La sala estaba llena y noté que había público de todos los estratos porque me encontré con compañeros de trabajo, con estudiantes de colegios y universidades públicas y privadas. Me percaté también que mucho público iba ataviado con camisetas amarillas del Atlético Bucaramanga y pensé en que aquel contrasentido de ir a ver no al equipo sino al hincha, era un buen presagio de que me esperaba una historia bien narrada y pensada.

Veo cine como quien lee un texto literario, entiendo que son otros códigos y muchos otros creadores quienes intervienen en la producción de una película, pero la obra que el espectador ve (lee) debe responder al qué se cuenta, pero ante todo cómo se cuenta, como en la literatura. Por algo confluyen todas las artes en el cine que es el arte más joven. Por algo confluyen también en la literatura todas las artes. Así que puedo decir que La Fortaleza, filme estrenado el 30 de noviembre,  es un cuento bien narrado, con una historia y unas maneras sugerentes de decir la vida de una gran cantidad de habitantes de los barrios llamados periféricos de Bucaramanga. Este término, periferia, es una denominación que, se me ocurre pensar –y ahora escribir–, está entrando poco a poco en la noción de una semántica de la estigmatización y del prejuicio. Pero de eso hablaré después.

El documental La Fortaleza, del director Andrés Felipe Torres, se encarga con simpleza imaginativa de representar la humanidad de una de las hinchadas más fieles del fútbol colombiano. La narrativa de Torres nos muestra cómo el fútbol es la única salida para muchísimos jóvenes desesperanzados. El fútbol como el único y más puro amor, es decir, una pasión desinteresada que no espera ni reclama a un equipo inferior a su barra. Es una pasión que los hace viajar con el peligro y el hambre por compañeros hacia el lugar donde juegue su equipo leopardo.

Imágenes que muestran como cotidianidad armarse antes de los viajes con la puñaleta o la navaja crean el suspenso. Igual el rostro siempre serio y los ojos llenos de furia de Jorge, uno de los hinchas en quien se centra la historia, logran que se esté a la espera de una tragedia. Pero no, se cuida el director de ello y en cambio explotan las magníficas trompetas, los cánticos, los saltos, el color, los fuegos artificiales durante los ensayos y en el estadio; y si la muerte asoma es para mostrar el ritual de la despedida de uno de sus ñeros, magnífico momento con el que se abre el documental y que luego es recreado nuevamente en mitad de la historia.

No falta el sarcasmo que denuncia al político oportunista que en tiempos de campaña promete a La Fortaleza ayuda para el deporte. El documental es una puesta en escena seductora de la inercia y  la incertidumbre existencial de unos muchachos que no tienen sino a los amigos y a la bandera. Muchachos desescolarizados que entienden que nada hay para ellos: solo la aventura de subirse a las tractomulas para acompañar a su equipo a que por fin suba de la B al torneo de primera división. El fútbol, los amigos, la bandera leoparda, la cumbia y la esperanza de que su equipo casi centenario por fin obtenga una estrella es lo único que piden. Y los sueños que sostienen sus días. La belleza de la desesperanza es la apuesta del director en este documental. Vayan a verlo.

 

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