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La gran mentira

Dora Glottman
11 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

Si se dice una mentira lo suficientemente grande y se repite sistemáticamente, la gente terminará por creerla. A eso le está apostando Donald Trump en su campaña de reelección. Pero la estrategia no es suya; la dictó Adolf Hitler a su secretario personal en la prisión de Landsberg en 1924, se publicó en su manifiesto Mein Kampf un año más tarde, la ejecutó a cabalidad su ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels desde 1933 y la desempolvó Trump para aplicarla a su primera y segunda campaña presidencial.

Mein Kampf, Volumen I, Capitulo X: “Las grandes masas de una nación siempre se corrompen con mayor facilidad en los estratos más profundos de su naturaleza emocional, consciente o voluntariamente. La sencillez primitiva de sus mentes los hace más susceptibles a la gran mentira que a la pequeña mentira”. La fórmula es relativamente sencilla:

Consiste en señalar a uno o varios grupos como los culpables de todos los males de una nación y después construir una mentira para que “paguen” por lo que han hecho. En el caso de Hitler, los judíos, los comunistas y los homosexuales. En el caso de Trump, algunos medios de comunicación, los demócratas a quienes acusa de ser “fascistas de izquierda” y los manifestantes que exigen equidad racial y quienes él considera anarquistas y vándalos.

Después viene la creación de la gran mentira. Joseph Goebbels, el macabro ministro de Propaganda del Tercer Reich, explicaba que el engaño tenía que ser tan colosal que a nadie se le ocurriría que no era verdad y el Estado tenía la función esencial de mantener la mentira. “La verdad es el enemigo mortal de la mentira, por lo tanto, la verdad es el gran enemigo del Estado”, dijo Goebbles, quien se suicidó horas después de que Hitler hiciera lo mismo y de acabar con la vida de sus seis hijos y su esposa. La mentira de los nazis consistía en acusar a los judíos de ser los responsables de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, de beneficiarse económicamente de la guerra y de aliarse con poderes enemigos. Con ese engaño y a punta de repetirlo sin tregua logró Hitler llegar al poder y orquestar desde ahí el exterminio más grande de la historia. Donald Trump está copiando la estrategia de campaña de Adolf Hitler y, casi 80 años después del holocausto nazi que acabó con la vida de 11 millones de personas —la mayoría judíos, comunistas, homosexuales y gitanos—, sería una infamia permitir que la táctica política del Führer se repita. La gran mentira del mandatario estadounidense consiste en hacer creer a sus seguidores que existe un complot contra ellos organizado desde los medios de comunicación y la izquierda. “Nuestra nación es testigo de una campaña sin piedad para acabar con nuestra historia, difamar a nuestros héroes, borrar nuestros valores, adoctrinar a nuestros hijos. Turbas enfurecidas quieren destruir nuestros lugares más sagrados y desatar una ola de violencia en nuestras ciudades”, así habló Trump a su nación el pasado 4 de julio y reforzó su mentira señalando como incitadores de una supuesta revolución comunista a los sospechosos de siempre: los medios, los demócratas y las minorías inconformes.

Hitler llegó al poder basándose en darles rienda suelta a sus odios. Trump está haciendo lo mismo, pero para mantenerse en la Casa Blanca. Ambos casos recuerdan el libro 1984, de George Orwell, donde en medio de la vigilancia masiva y el totalitarismo, el protagonista de la obra —que trabaja en el Ministerio de La Verdad— tiene como tarea reescribir la historia por el bien de su gobierno y el partido único. Es decir, crear y promover la gran mentira. Concluyo con una frase de Orwell que bien habría podido escribir hoy: “El lenguaje político está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesino, respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento”. Esta vez el mundo no puede aceptar sin cuestionar la gran mentira, ni puede volver a observar en silencio como lo falso se convierte en cierto y lo inaceptable, en la norma.

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