VUELVE Y JUEGA LA GUERRA EN EL Cauca. La guerrilla, en el afán del enfermo terminal, lucha a ciegas para impedir que su salida al mar y su corredor, y de la coca que produce y las armas que introduce se pierda definitivamente.
Y es una guerra cruenta de kilómetro por kilómetro y casi de hombre a hombre porque la aviación en varias oportunidades está maniatada en vista de que las Farc se mezclan con la población civil, los campesinos y, peor aún, los indígenas.
Son pataletas de ahogado, dicen los optimistas que creen con el deseo que derrotar a los insurgentes es tarea rápida. Es el desespero del perdedor, manifiestan quienes con pesimismo ven su región asolada por pequeñas columnas que, mimetizadas, se esconden entre la gente de bien y resultan así inubicables.
Sea lo uno o sea lo otro este departamento está herido en un desangre de compatriotas tan absurdo como las guerras mismas. El Ejército —como debe ser— no baja la guardia y la narcoguerrilla, así sea de manera suicida, pelea a muerte —pues no tiene más camino— cada centímetro de lo que piensa es su territorio.
El último anuncio de crear otro Batallón de Alta Montaña, “que servirá” al norte y el occidente del afligido departamento, ha despertado más suspicacias y rechazos que el natural alivio que produce la esperanza de la paz y la seguridad.
¿Y por qué? Porque estos protestatarios están atemorizados y chantajeados por quienes comparten con ellos sus diarias actividades y delinquen “a raticos”, y unos y otros saben quiénes son.
Sin embargo, no hay y no debe haber reversa. La guerrilla acorralada en la montaña, con sus salidas taponadas de y hacia el mar, y de y hacia los centros urbanos, se está asfixiando y la peor parte la están llevando —como siempre— los inocentes habitantes del Cauca, que a más de pobreza y abandono están en un “sánduche” mortal del que no se pueden escapar.