La guerra orwelliana de China en contra de la religión

Nicholas D. Kristof
26 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

Seamos francos: China ha cometido una cantidad récord de crueldades orwellianas en contra de las personas religiosas.

En ciertas épocas durante el gobierno del Partido Comunista, la represión en contra de las personas de fe ha sido menor, pero ahora, sin duda, está empeorando. China se ha dedicado a recluir, monitorear y perseguir a musulmanes, cristianos y budistas mediante acciones no comparables con las de otra nación importante desde hace 75 años.

Maya Wang, de Human Rights Watch, sostiene que la China de Xi Jinping “representa una amenaza para las libertades globales no vista desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial”.

Debemos reconocer que China ha logrado un progreso extraordinario en el combate a la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad. El resultado amargo para los chinos creyentes es que ahora es más probable que hace algunas décadas que vean a sus hijos sobrevivir y asistir a la universidad, pero también que los vean detenidos.

La detención de musulmanes en campos de reclusión (que un funcionario del Pentágono describió como campos de concentración) por parte de China parece ser la mayor que se haya realizado por motivos religiosos desde que se confinaba a los judíos durante el Holocausto. La mayoría de los cálculos indican que se ha detenido a cerca de un millón de musulmanes en la región Xinjiang de China, aunque el funcionario del Pentágono calculó que el número real puede estar más cerca de los tres millones.

Según algunos informes, se ordena a los musulmanes comer cerdo o beber alcohol, en contra de sus principios religiosos. China también ha ofrecido “exámenes de salud gratuitos” que aprovecha para obtener huellas digitales, fotografías y muestras de ADN de los musulmanes capturados para una base de datos con fines de vigilancia.

Aunque China no ha establecido campos de concentración para cristianos, en algunas áreas sí ha prohibido que los niños asistan a ceremonias, ha acosado a congregaciones, ha cerrado o destruido iglesias, y el año pasado detuvo a cristianos alrededor de 100.000 veces, según China Aid, un grupo religioso de vigilancia (si se detuvo cinco veces en el año a una misma persona, eso se registró como cinco detenciones).

China ha intentado instalar cámaras de monitoreo en iglesias para observar a la congregación, incluso colocadas en el púlpito. El software de reconocimiento facial de China podría permitirles a las autoridades de seguridad identificar a las personas que asisten a las celebraciones.

El país también experimenta con tecnología todavía más orwelliana, como el sistema de vigilancia masiva del Ministerio de Seguridad Pública y un “Sistema de Crédito Social” capaz de crear una lista negra de las personas que no pagan sus deudas o evaden impuestos, contravienen reglas de tránsito o asisten a una iglesia secreta.

Es posible evitar que los individuos incluidos en la lista negra compren boletos de avión o de tren: el sistema todavía debe pasar varias pruebas a nivel local, pero el año pasado ya impidió 17,5 millones de veces que algunos ciudadanos compraran boletos de avión, según informó el gobierno. También podría utilizarse para negar promociones o asignar un tono de timbrado al teléfono, para advertir a quienes llamen que no son personas de confianza.

El sistema no está dirigido a personas religiosas, y hay quienes argumentan que no representa una amenaza tan grave como se dice algunas veces, pero es fácil ver que el Sistema de Crédito Social podría castigar a las comunidades creyentes, en especial si se integra con una red de vigilancia masiva. El sistema de vigilancia masiva de Xinjiang se concentra explícitamente en personas que recaudan dinero para una mezquita “con entusiasmo”.

En todas estas circunstancias, los creyentes chinos han demostrado una enorme valentía. Un obispo católico de 87 años, James Su Zhimin, ha estado detenido por el gobierno de China desde que encabezó una procesión religiosa en 1996. Incluidas todas sus detenciones anteriores, ha pasado en total cuatro décadas en prisiones y campos de trabajo.

La paradoja es que, durante los 50 años anteriores a la revolución comunista en 1949, misioneros occidentales viajaron por toda China, operaron escuelas y orfanatorios y tuvieron un efecto mínimo en el país; sin embargo, en estos días que se prohíbe el movimiento de los misioneros y los ministros sufren persecuciones, el cristianismo ha crecido prodigiosamente. Hay muchas decenas de millones de cristianos, casi todos protestantes; según algunos cálculos, alcanzan los 100 millones.

Algunos forman parte de iglesias reconocidas oficialmente que le juran lealtad al gobierno, pero la mayoría pertenecen a la iglesia clandestina que ha sido el principal blanco de las medidas enérgicas del gobierno.

Los budistas tibetanos también han sufrido terriblemente. El caso más extraordinario es el destino del Panchen Lama, el segundo personaje en importancia del budismo tibetano, después del Dalai Lama.

El Panchen Lama anterior murió a principios de 1989. Según la tradición, en 1995 los tibetanos seleccionaron a un niño de seis años como la siguiente encarnación del Panchen Lama. Poco tiempo después, las autoridades chinas secuestraron al niño y a su familia, y desde entonces nadie los ha visto. Para reemplazarlo, los chinos ayudaron a elegir a otra persona como el Panchen Lama rival (cuando muera el Dalai Lama, es posible que ocurra algo similar, así que en ese momento quizá existan dos Dalai Lamas y dos Panchen Lamas).

Al parecer, el verdadero Panchen Lama, que en alguna época fue el prisionero político más jóven del mundo, ha estado detenido, junto con toda su familia, durante 24 años de gobiernos chinos reformistas y represivos.

No podemos transformar a China, pero sí podemos aplicar medidas de presión como sanciones dirigidas a personas y empresas involucradas en abusos de la libertad. Además, también podemos ser más activos y abogar por los prisioneros de conciencia de todos los credos. Actuar para lograr su libertad es tan importante como intentar exportar más soya.

(c) The New York Times.

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