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La hora del cambio

Arlene B. Tickner
12 de noviembre de 2008 - 02:43 a. m.

Si en algo ha fracasado el gobierno Uribe ha sido en su estrategia diplomática. Algunos de los principales columnistas, la academia y la oposición política han advertido reiteradamente sobre los peligros de una asociación exagerada con Estados Unidos. 

Después de las elecciones legislativas de noviembre 2006 muchos insistieron en la necesidad de darle un viraje a la política hacia Washington, reemplazando el discurso antiterrorista y bélico que había fundamentado la alianza entre Álvaro Uribe y George W. Bush con un enfoque más sensible a los temas de interés demócrata, tales como los derechos humanos, el combate a la impunidad y el fortalecimiento institucional.

No se supo interpretar a tiempo los vientos de cambio ni se estimaron los costos políticos de seguir casado con uno de los presidentes más desprestigiados y odiados en la historia de Estados Unidos.  A pesar de la falta de empatía que suscitaba el presidente Uribe entre los demócratas el mandatario se empecinó en seguir visitando al Capitolio —al mejor estilo de sus consejos comunales— hasta que él mismo se dio cuenta que su presencia era contraproducente.  El hecho de que nuestro gobernante se aferrara tercamente al TLC sin encarar temas como la violencia contra sindicalistas, la parapolítica, los roces del ejecutivo con la Corte Suprema y las ejecuciones extrajudiciales, tuvo el efecto de profundizar los niveles de desconfianza existentes en el Congreso.

Por más que trató de no evidenciarlo, el gobierno Uribe no pudo esconder su entusiasmo con McCain, frente a cuya candidatura se difundió la falsa idea de que era quien mejor convenía a Colombia.  A pocos días de las elecciones en Estados Unidos trató de acomodarse al probable triunfo de Obama, retirando militares y aceptando la renuncia del general Montoya, frente a quien el país del norte había manifestado serias reservas.  No de otro modo puede entenderse esta decisión tardía ante las reiteradas denuncias nacionales e internacionales sobre los “falsos positivos”.  De igual forma, no son gratuitas las largas que el presidente Uribe ha dado a la reelección, ya que es claro que los demócratas no verán con simpatía su perpetuación en el poder.

La realidad que enfrenta Colombia es otra.  Primero, las puertas de la Casa Blanca y del Capitolio no están abiertas para Álvaro Uribe como antes.  Segundo, en la medida en que la amenaza bolivariana de Chávez disminuya – por la caída en los precios del petróleo – y la guerra contra las drogas pierda fuerza – por la estabilización del consumo en Estados Unidos y el fracaso de las políticas actuales -- Colombia no tendrá la misma importancia estratégica. Tercero, mientras no haya mejorías sustanciales en derechos humanos, la lucha contra la impunidad y el combate al narcoparamilitarismo el clima en Washington no va a mejorar. 

La coyuntura exige un cambio de rumbo. Quitar protagonismo al Ministro de Defensa, los militares y al mismo Presidente, cuyos discursos pueden generar antipatía en Washington, y aumentar el de la Cancillería, cuya injerencia en el tema estadounidense es casi nula, sería un buen comienzo.

Profesora Titular. Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes.

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