La imagen de Guaidó

En este mundo mediático en el que, como nunca, una imagen vale más que mil palabras, ha surgido una nueva figura en el panorama político mundial. Aun sin decir una sola palabra está acaparando la atención de la llamada opinión pública que se detiene a escuchar a este mozalbete, que frisa la edad de Jesucristo, pero sin ningún ánimo evangelizador y menos redentorista.

Y es que Guaidó, con su cara de niño bueno y una sonrisa a flor de piel, representa la imagen de los nuevos líderes, seguramente la de los millennials —vaya uno a saber— un tanto desabrochados, frescos, cero poses, que además, gracias a su altura y agilidad, se destaca dentro de la multitud.

Se le ve en jeans detenerse espontáneamente a saludar a todo el que se le acerca, siempre con palabras amables, irradiando un envidiable optimismo y sumando y sumando seguidores en pro de su causa.

Pero Guaidó no se queda solo en el empaque, que contrasta con las poses desafiantes, vulgares y altisonantes de su contrincante y de sus sabuesos destilando veneno y amenazas. ¡No! A pesar de ser directo en sus apreciaciones y hasta cierto punto agresivo, el dictador ya está asustado con su presencia, que con coraje y valentía ya le pisó los talones y va pierna arriba para obligarlo a dejar su
investidura.

Hay quienes afirman que es un agente encubierto de la CIA y que todo obedece a una retorcida estrategia orquestada por los gringos para quedarse con el petróleo venezolano, como si no fuera cierta la situación de un país que ya no tiene qué comer.

Peligra, sí, la vida del artista; pero es ya tan importante su figura que no se atrevieron a detenerlo cuando regresó y menos a segar su vida, porque ahí sí sería la hecatombe: el enfrentamiento del ejército del pueblo —que dice tener Maduro y en el que participan incluso los presos, armados de fusiles y metralletas, que han jurado defender al sátrapa desesperado— con los ciudadanos que siguen al que ya es un héroe continental.