La investigación vale huevo

Juan Manuel Ospina
09 de marzo de 2017 - 03:40 a. m.

Un país que no valora el conocimiento, que no apoya la investigación y su divulgación, que no facilita el diálogo entre el conocimiento nacido de la experiencia y el nacido en el laboratorio, difícilmente puede sobrevivir en el mundo de hoy y ciertamente no tendrá la capacidad para generar una sociedad y una economía que garanticen un progreso con equidad, respeten su entorno natural y puedan propiciar las condiciones para que sus ciudadanos sean más libres y creativos en el pleno sentido de la palabra, condición necesaria para que tengan una vida plena y  se logre una sociedad fuerte y democrática.

La realidad colombiana ha sido y es un escenario exactamente contrario al descrito. En Colombia no hemos alcanzado la meta de destinarle siquiera el 1% del PIB a la investigación, mientras que países más racionales en sus metas y actuaciones le dedican entre el 5 y el 6%. No en vano hoy se habla de que el futuro, diría que el mismo presente, exige que las sociedades se trasformen en “sociedades del conocimiento” como condición necesaria para lograr un entorno natural y de vida  amable y habitable que permita desarrollar un sentido de identidad y de pertenencia, desde el cual sea posible proyectar proyectos de vida individuales, familiares y colectivos. Para lograrlo es indispensable que la investigación y la difusión del conocimiento sean punto central de las políticas.

Pero la situación no se agota ahí, pues si queremos una economía que esté al servicio del conjunto de una sociedad movilizada en sus energías y capacidades, fundamentada en el esfuerzo organizado de sus ciudadanos y en el aprovechamiento racional de sus posibilidades, se requiere que tenga un centro de gravedad, que no es otro que el esfuerzo significativo y continuado que hace en la generación y  difusión del conocimiento. Con una investigación que no se limite a copiar lo que logran los países que tienen el punto claro, sino que sea de creación, de aporte con la  capacidad de integrar ese conocimiento propio con los avances de la ciencia en el mundo.

Si esto es lo que se quiere, y no me cabe duda de que es uno de los asuntos fundamentales que el país exige, resulta sencillamente asombroso que el Gobierno actual siquiera piense en sacrificar unos recursos ya de por sí escasos para la investigación con miras a la construcción de las vías terciarias en el campo, que son indispensables, no hay duda alguna, para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de las comunidades y los productores rurales. Claramente ambos objetivos el país los requiere. Ese traslado de recursos no solamente demuestra el desprecio que tiene el Estado colombiano por el conocimiento, sino que en la naciente coyuntura política recursos abundantes para contratar esas vías tienen un incontenible tufillo a clientelismo, a dineros que se entregan a cambio de votos, como ya se ha visto en el pasado, especialmente en la campaña anterior, cuando se hizo para dar y convidar.

El país, especialmente el mundo rural, necesita de esas vías terciarias, pero igualmente le urge  darle un impulso fuerte y sostenido al desarrollo del conocimiento y la investigación. No hay ninguna razón para ponerlos a competir en cuanto a recursos a presupuestales se refiere. En el tema de vías, las consentidas del Gobierno y del presupuesto han sido las llamadas de 4G que poco o nada le aportan a la producción rural o al mejoramiento de las condiciones de vida de esas poblaciones, sin embargo parece sacrílego siquiera plantear que las modestas pero indispensables  vías terciarias tuviesen en el presupuesto correspondiente la prioridad que su importancia sugiere.

Estamos ante una decisión torpe, cortoplacista, electorera y clientelista. Que ahora no nos vengan a decir que la tomaron para poder cumplir con los Acuerdos de La Habana, en los cuales, vale la pena decirlo, la investigación ocupa un lugar preeminente.

Pero como tantas cosas, la investigación vale huevo.

 

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