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La Martinica de Josephine y Fanon

Marcos Peckel
13 de diciembre de 2011 - 11:00 p. m.

En el parque La Savane, ubicado en el centro de Forte de France, capital de Martinica, una estatua de Josephine Bonaparte ilustra las ambigüedades que atraviesan a esta isla que tuve la oportunidad de visitar hace poco.

Desde 1991, el monumento a quien fuera la esposa criolla de Napoleón, y que lo convenció de restaurar la esclavitud en Martinica después de que la Revolución francesa declarara su abolición, está sin cabeza.

La decapitación, que se observa limpia y cuidadosa —lo cual descarta la posibilidad de que haya sido un simple acto de vandalismo— simboliza el intento colectivo por borrar la historia, tal y como ha sido contada por la metrópolis, y reemplazarla con una narrativa propia acerca del pasado. Además de la aparente mímica de la guillotina, de uso en la Francia “ilustrada”, se trata de una práctica empleada por los esclavos prófugos (cimarrones) que mataban y exhibían los cuerpos de sus examos como advertencia. Algo similar ocurre con el carnaval, en donde poco a poco la identidad y la cultura criollas se han ido sobreponiendo a los rasgos europeos de esta celebración.

Empero, desde 1946 Martinica es un distrito departamental de Francia en ultramar, con derechos iguales a los otros 95 ubicados dentro del territorio continental. Aimé Césaire, uno de sus hijos más brillantes y fundador del movimiento de la négritude, fue el arquitecto del plan que permitió a la isla superar su estatus colonial y convertirse en “igual”. La mayoría de habitantes defiende esta relación: en un referendo de 2010, 80% votó en contra de establecer mayor autonomía vis-à-vis la metrópolis.

Ser oficialmente parte de Francia, y por extensión de la Unión Europea, ha sido acompañado de un fuerte subsidio estatal que permite ostentar uno de los mejores niveles de vida del Caribe: salud, educación, vivienda, electricidad, alcantarillado, alumbrado público, carros, carreteras y, en general, niveles de consumo que son la envidia de las islas independientes.

Para fines prácticos, entonces, desde los aspectos señalados hasta el idioma, el pasaporte, la moneda, las noticias y los textos de historia, Martinica es Francia. Sin embargo, en otros como las relaciones raciales y de clase, parece reflejar el carácter “enfermizo” de la condición colonial, descrito por otro de sus prodigios, Frantz Fanon. En su libro Piel negra, máscaras blancas, éste sugiere que el “trastorno” de las comunidades negras y mulatas se resume en la preocupación por volverse blancas. Llama la atención, por ejemplo, que todavía hoy cuando nace un bebé con piel clara, se dice que es bien né.

El esquema de clasificación de los blancos refleja también la profundidad de la “enfermedad” descrita. Además de los nacidos en Francia, que se llaman “metropolitanos”, el 1% que es dueño de más de la mitad de las tierras agrícolas y la mayoría del comercio es béké. Se trata de criollos, descendientes de los colonizadores franceses, que se casan entre sí para preservar la “pureza” racial.

Pese a la evolución positiva del combate mundial a la discriminación y la afirmación del “orgullo negro”, Martinica ilustra el carácter complejo del problema, que se resume en que al tiempo que la isla descabeza a Josephine y aclama a Fanon, es tal su alienación que el análisis del segundo sobre la cuestión racial ha quedado en el olvido.

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