A la mesa

Daniel García-Peña
07 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

Hoy asume Iván Duque la Presidencia. Entre muchos desafíos, hereda la negociación con el Eln.

Comparado con el proceso con las Farc, en la etapa de implementación, el del Eln aún parece crudo. Pero visto desde una perspectiva histórica, nunca antes se había avanzado tanto. El Eln jamás había acordado una agenda con el Estado, como la firmada en marzo de 2016, ni un cese al fuego bilateral, como el realizado a finales del año pasado.

La agenda, que muchos han criticado por considerarla ambigua, no es una camisa de fuerza, sino amplia y flexible. Por ejemplo, temas planteados por Duque como la concentración hacen parte del punto 5 sobre el Fin del Conflicto.

También se ha construido una importante arquitectura para el acompañamiento de la comunidad internacional. La reunión del presidente electo con el jefe de la Misión de Verificación de la ONU, Jean Arnault, mandó un mensaje muy positivo. En una columna en El Nuevo Siglo, el nuevo canciller, Carlos Holmes Trujillo, conocedor de los asuntos de paz, destacó el papel crucial de la comunidad internacional.

Pero lo más valioso de lo acordado es lo relacionado con la participación de la sociedad como asunto nodal. Pese a que la democracia participativa fue elevada a rango constitucional en 1991, Colombia sigue padeciendo un grave déficit en la materia. Por tanto, desarrollar mecanismos de participación de la sociedad en las transformaciones que requiere el país no es una concesión al Eln, sino el cumplimiento de la Constitución.

Duque ha sido reiterativo en no estar en contra de la paz, sino de la paz “mal hecha” y se compromete a hacerla “bien hecha”. El pasado domingo, en una columna en El Tiempo, afirmó: “Todos somos amigos de la paz y debemos edificarla bajo los principios reales de verdad, justicia, reparación y no repetición, asegurando que las víctimas sientan un resarcimiento moral, material y económico”.

Hay que darle al nuevo gobierno el tiempo necesario para evaluar el estado actual y elaborar su propia propuesta. El nombramiento de Miguel Ceballos para el empalme en el tema Eln es un acierto. Serio, estudioso y ecuánime, lo conocí hace años, al lado de Augusto Ramírez Ocampo (QEPD), gran maestro de todos quienes luchamos por la paz.

El diálogo con el Eln es un asunto relativamente menor en la agenda pública nacional y no produce los rechazos que generan las Farc, lo cual puede ser una ventaja. Sin embargo, desde la óptica de un proceso basado en la participación de la sociedad, la indiferencia es fatal.

Al Eln le corresponde enviar mensajes claros y creíbles a la sociedad colombiana de estar realmente decidido a terminar la guerra y erradicar la violencia en la política. Está en mora de renunciar para siempre al secuestro y a la voladura de oleoductos, abiertamente violatorios al DIH y rechazados por la inmensa mayoría de esa sociedad que dice querer escuchar. Por otra parte, los resultados históricos de las fuerzas progresistas en las elecciones de 2018 son muestra contundente de que las verdaderas transformaciones hoy van por la vía democrática y no por la lucha armada.

Duque ha dicho que la situación de los líderes sociales en los territorios será prioritaria, un asunto crucial en el proceso con el Eln, así como para el país en general. Se ha comprometido a cumplirles a los desmovilizados de las Farc en su reincorporación, lo cual tendría una repercusión positiva para el Eln. El gobierno de Uribe dialogó con el Eln entre 2005 y 2006, en La Habana, un antecedente significativo; no es cosa menor especular que un eventual acuerdo Duque-Eln no tendría oposición de Uribe.

Es totalmente legítimo que el nuevo gobierno le imprima su propia huella al proceso. No obstante, cuenta con un acumulado significativo que debe considerar. Tiene, además, cuatro años por delante, tiempo suficiente, para que, construyendo sobre lo construido, pueda concretar, firmar e implementar en su mandato un acuerdo final con la última guerrilla en América Latina, cerrando de manera definitiva el conflicto armado en Colombia.

Sería absurdo desconocer las inmensas diferencias que existen entre Duque y el Eln. Para discutirlas, existe una mesa, a la cual las partes se deben sentar, pensando en el país y sobre todo en las víctimas que la guerra, hasta que no finalice, seguirá produciendo.

danielgarciapena@hotmail.com

 

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