La ministra impaciente

Mauricio García Villegas
18 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

El domingo pasado salió publicada en este diario una investigación del periodista Pablo Correa sobre la trayectoria de Mabel Torres, la cabeza del recién creado Ministerio de Ciencia. Torres nació en Bahía Solano, estudió biología en la Universidad del Valle y tiene un doctorado de la Universidad de Guadalajara, México. Buena parte de su carrera la ha dedicado al estudio del ganoderma, un hongo que algunas tradiciones ancestrales del Asia estiman curativo. La nueva ministra dice que posee la receta de una bebida compuesta en parte por ese hongo y que, según pruebas hechas en algunos pacientes, serviría para curar el cáncer. Torres reconoce que no tiene la evidencia científica para probar tal cosa. Más aún, confiesa que, ante la enorme dificultad y lentitud para encontrar las pruebas que la comunidad científica exige en tales casos, decidió apartarse de la ciencia y seguir otros procedimientos.

Una ministra de Ciencia e Innovación no tiene que ser alguien destacado en el mundo de la investigación. Eso puede ayudar, pero no es una condición necesaria, de la misma manera que un ministro de Cultura no tiene que ser un artista. Lo que sí debe tener un ministro de Ciencia es respeto por los procedimientos científicos establecidos. La ciencia es ante todo un método para producir conocimiento a partir de la observación y la experimentación. Este método ha tenido variaciones a lo largo de la historia, pero su esencia es la misma desde 1543, cuando Nicolás Copérnico publicó su investigación de “las esferas celestes”. Es un método muy exigente: toma mucho tiempo, cuesta mucho dinero y la competencia por lograr resultados es mundial y feroz.

A estas dificultades se suman los problemas económicos, políticos y éticos del mundo científico; un mundo que, como cualquier otro, no está exento de imperfecciones. Estos problemas son, dicen algunos, suficientes para negarle valor al conocimiento científico y, en consecuencia, para no creer en cosas como, por ejemplo, las vacunas, el calentamiento global o la misma evolución de las especies. Los “negacionistas” (así se les conoce) adoptan una actitud facilista y triste que lleva por el desfiladero del oscurantismo. Contra la mala-ciencia no proponen la mejor-ciencia, sino la no-ciencia.

Otros, quizás menos drásticos, como la ministra Mabel Torres, se impacientan con la lentitud y exigencias del método científico y terminan por reemplazarlo por métodos más expeditos y a la mano. No niegan la ciencia, pero tampoco se la toman en serio. A la ciencia-dura oponen la ciencia-dúctil. En esta actitud parece operar la disonancia cognitiva que ilustra La Fontaine en su fábula de la zorra y las uvas: después de haber intentado alcanzar, sin éxito, un racimo de uvas maduras y deliciosas, la zorra se rinde y se dice a sí misma: “Ah, pero para qué me esfuerzo tanto si esas uvas están verdes”.

Muchos vimos en la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología una medida necesaria para empezar a revertir nuestra tradición de menosprecio por la ciencia y la tecnología (los porcentajes del PIB en investigación científica por países son elocuentes: China: 2,2 %; Corea del Sur: 4,3 %; Japón: 3,1 %; Estados Unidos: 2,7 %; Colombia: la modesta cifra de 0,2 %, por debajo incluso de los demás países grandes de América Latina). Pero, al menos por ahora, todo indica que las intenciones del Gobierno eran otras; más relacionadas con la política que con el desarrollo.

Para no caer en la impaciencia que critico de la ministra Torres, termino diciendo esto: esperemos a ver qué pasa, ojalá me equivoque; nada impide que, a pesar de todo lo que he dicho, la ministra Torres emprenda la revolución que necesitamos en el campo de la investigación científica.

 

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