La niña mula

Como un hecho más, o mejor, como parte del vodevil de nuestro diario pasar, se ha registrado la insólita, aberrante y vergonzosa noticia de la niña mula de once años que fue cargada por su propio padre para que, en sus entrañas, transportara una miserable libra de cocaína distribuida en 104 cápsulas que debía defecar en España.

La idea era que la infanta viajara con su progenitor a comienzos de esta semana a unas supuestas vacaciones. Pero sucede que en la ingesta del alucinógeno algo se complicó y la niñita debió ser llevada a la clínica en donde descubrieron el porqué de su malestar. Menos mal la víctima de semejante crueldad ya salió de cuidados intensivos.

En torno a este hecho, que no tiene antecedentes, se están tejiendo varias hipótesis que harían erizar al peor de los depravados: desde que ella ya había estado en la madre patria, seguramente llevando otras cápsulas de esas, hasta que su propia madre estaba al tanto de esta transportación en un perverso contubernio familiar. Sea lo que fuere, esta historia de la niña mula habría conmocionado a toda una sociedad distinta a la nuestra, que ya no se escandaliza por nada ni por nadie. Pero como estamos más que podridos e indiferentes, tal noticia pasó al terreno anecdótico-pintoresco y ya forma parte del costal informativo que a diario se va reemplazando por otras cosas iguales o más truculentas.

De todas maneras, el importaculismo con este tema condena tanto al victimario —el padre de la niña— como a quienes están llamados a velar por su comunidad y quienes tiene la obligación de analizar y condenar estos comportamientos, más allá de las medidas policiales y los linchamientos que un miserable de estos se merece.

Ya verán que en una semana la niña mula entrará a formar parte del archivo periodístico del narcotráfico y pasará a ser una nota curiosa seguramente de los Guinness Records. Nada nos conmueve ni nos despierta. Estamos condenados a morir en manos de nuestra propia desgracia.